El motociclismo ha sido mal entendido como un espacio masculino. En México, según estimaciones del INEGI, el 20% de motociclistas son del sexo femenino. En su rol de acompañantes son referidas como “mochilas” o “bultos”, de maneras más amigables de lo que pareciera indicar el significado literal de esos vocablos.
En ese mismo sentido de minusvaloración del espacio que ocupan, lo cierto es que también viajan, con enorme frecuencia, con protección ausente o muy inferior a la de los tripulantes varones.
Estudios viales y médicos comprueban la eficacia de aditamentos de seguridad adecuados en la reducción de mortandad o en el grado de afectación ante un accidente en motocicleta.
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El casco, por ejemplo, minimiza hasta en 50% los riesgos de muerte; pantalón y chaquetas de cuero o kevlar protegen en 31% más contra la fricción al momento de una caída que las prendas de algodón; guantes y botas reducen en 47% la posibilidad de pérdida de extremidades.
Legislaciones en diversos países los consideran obligatorios, tanto para conductores como para pasajeros. En Francia, desde 2016, es forzoso utilizar guantes.
Un estudio del Instituto de Seguros para la Seguridad en las Carreteras indica que las mujeres sufren 53.74% más lesiones graves al ir como acompañantes, pues tienen menos control sobre la relación cuerpo-vehículo y suelen portar menos equipo de protección.
Ante el impacto, el riesgo de fallecer es superior entre ellas que entre hombres.