Más pertinentes que nunca las palabras del escritor afgano Khaled Hosseini: “puede ser injusto, pero lo que pasa en unos pocos días, a veces en un solo día, puede cambiar el curso de toda una vida”, mientras narra la historia de un niño que vuela su papalote para escapar de su desoladora realidad en Kabul.
Justo hoy, Afganistán está cambiando en tan solo unos instantes el curso de su vida, llevándose en el proceso el destino de 38 millones de almas. Las heridas abiertas, lejos de cerrar, han reventado en las últimas horas y recrean una espiral de angustia y dolor en el contexto de un mundo abrumado por sus propios problemas.
Cuando se pensaba que ese país estaba en ruta –precaria, pero ruta al fin– de encontrar ciertos márgenes de institucionalidad y avance, resuena la poesía de nuestro primer Embajador en esa nación del Medio Oriente, Octavio Paz, que describe a Kabul como un lugar donde “el presente es perpetuo”. Y ha sido justamente esa perpetuidad la constante en el otrora imperio, protectorado, reino, emirato y forzada república islámica desde 2004, época en la cual miles de afganos, en especial mujeres, emigraron para buscar una vida de paz, de libertades y fuera del alcance del terror talibán.
En palabras de la periodista Nazira Karina que con lágrimas en los ojos participó hace unos días en la conferencia de prensa del Pentágono y frente a su vocero, John Kirby dijo: “soy de Afganistán y estoy muy triste hoy porque las mujeres afganas no esperábamos esto, de la noche a la mañana todos los talibanes llegaron, me quitaron mi bandera, ésta es mi bandera”.