Actualmente, el ejercicio del voto es un derecho reconocido por igual para mujeres y hombres, pero esto no siempre fue así; las mujeres hemos tenido que ir conquistando los derechos de ciudadanía paulatinamente a lo largo del tiempo. En Atenas, por ejemplo, sólo eran ciudadanos los hombres libres mayores de 18 años –es decir, no podían serlo las mujeres, los esclavos, ni los extranjeros residentes–, la ciudadanía se adquiría por nacimiento; se consideraba como un privilegio que no estaba al alcance de todas las personas, únicamente algunos hombres podían ejercer su voto y tener voz en las asambleas por lo que el poder político recaía sólo en ellos.
Fue hasta los siglos XIX y XX, que se gestaron movimientos sociales impulsados por grupos a quienes se les habían negado sus derechos fundamentales y, con lo cual, reivindicaron también el valor del voto. Por ejemplo, en Estados Unidos, los afroamericanos obtuvieron el reconocimiento al voto en 1870, mientras que las mujeres pudieron ejercerlo a partir de 1920. En México, los esfuerzos por garantizar los derechos políticos –entre ellos el derecho al voto– no han sido sencillos y han sido resultado de una lucha permanente. Fue a partir de las reformas a los artículos 34 y 115 de la Carta Magna que se reconoció el sufragio femenino en el ámbito federal hasta 1953.
Varias décadas después, obviamos reiteradamente el valor que tiene el derecho al voto –algo parecido a lo que sucede con la libertad–, son condiciones que tenemos ahora al alcance y nadie cuestiona; pero también son derechos que han implicado innumerables batallas de grupos o personas excluidas. El derecho al voto igualitario representa una conquista ciudadana invaluable; en la actualidad, podemos afirmar que el sufragio universal es una condición mínima de la democracia y uno de los deberes cívicos más relevantes en cualquier sistema democrático dado que se permite que las mayorías elijan y legitimen a nuestros representantes y gobernantes.
Cuando votamos no sólo elegimos a una persona, también decidimos por un proyecto de nación, de orden social y por el futuro al que aspiramos. Por esta razón, tenemos que revalorar la posibilidad de acudir a las urnas para ejercer el voto tanto por mujeres como por hombres.