Lo cierto es que gran daño le ocasionó al avance en las tareas prioritarias señaladas, el hecho de que se hubiera desatado una calamidad en el país en temas de corrupción. Aunque no es un tema cultural, lo cierto es que en el sexenio anterior la dupla Videgaray-Peña Nieto desplegaron una rapacidad fuera de control. Fue ese abuso el que sentó las bases para que la oferta de Morena y su candidato presidencial prevalecieran en las urnas en 2018. Lo delicado de dicha coyuntura es que se metió al país en un tobogán fuera de control.
La estrategia que siguió desde el origen Morena fue la de proponer la estigmatización de clases sociales y dividirnos a todos en bandos antagónicos. Una narrativa de gran calado para generar una reacción visceral y emotiva del electorado. Una receta de populismo que dio frutos porque desató un instinto de rabia y desencanto. Una forma artera de provocar que el enojo del pueblo y la división subyacente produjera la reacción para dominar en las boletas. Se vale en una elección y se hizo así. El tema es que sigue a partir de entonces.
Para entrar a resolver los grandes temas que requieren atención no se puede seguir esa ruta de dividir y pretender que eso logrará avances. El país requiere otra dinámica, particularmente cuando atravesamos la peor crisis de violencia, económica y sanitaria en los últimos 100 años. La mecánica de dividir para vencer tuvo algún mérito en los comicios, pero hoy constituye una lesiva y mal intencionada manera de polarizar en aras de confundir y engañar a la población de que somos enemigos entre nosotros. Esto es ilegítimo y no puede seguir así.
Dejemos claro que el que las grandes diferencias y rezagos en el país se resuelvan es de nuestro absoluto interés. Con lo que no podemos convivir es que en base a una retórica estéril de fragmentar al país, destruir libertades, atacar la división de poderes (incluyendo jueces valientes), ignorar los legítimos reclamos de las mujeres, vulnerar la capacidad de gestión del gobierno, dilapidar recursos en obras sin sentido, desaparecer fondos para proteger a sectores vulnerables, desamparar a niños con cáncer, promover el uso de energías sucias, atacar la sustentabilidad y los ecosistemas frágiles, ignorar a la ciencia y las mejores prácticas, despreciar la disidencia, y en general desatender las prioridades por una agenda de concentración de poder y procuración clientelar es simplemente vil. El país merece algo mejor.