El pasado 20 de enero de 2021 el mundo estuvo atento al Capitolio –símbolo de la unidad y gobierno del pueblo norteamericano– en Estados Unidos, ahora, para el relevo presidencial. Una ceremonia ininterrumpida desde 1789, cuando George Washington, primer presidente, tomó el cargo.
En su 46° edición, la ausencia y el silencio del líder de la confrontación a ultranza, del racismo, el conservadurismo y el machismo, Donald J. Trump, fue también un símbolo. Desafortunadamente, sus seguidores no son pocos. Hoy, frustrados y beligerantes, nos recuerdan que –en el país de la democracia– el auge del autoritarismo no es exclusivo de naciones menos desarrolladas. Trump le dio voz a miles de votantes mayoritariamente blancos, religiosos, conservadores y con pocos estudios, los famosos WASP (White, Anglo-Saxon and Protestant) que integran una gran parte de la población, en su mayoría se mantienen leales a la ideología encarnada en él y el nuevo Presidente lo sabe.