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#ColumnaInvitada | Lo que se rompe por la cuarentena del COVID

Un virus nos tiró sobre la mesa la verdad cruel de lo irreparable. La gente se muere. Los negocios quiebran. Los grandes personajes desaparecen y hasta el amor más profundo termina en divorcio.
vie 22 enero 2021 11:00 AM
Epicentro
Pérdida de vidas por COVID.

Cuando el enfermero abrió el ataúd y me pidió reconocerla, mentí que sí, que sí era ella –sabiendo, sin embargo, que del carácter fuerte y la energía de mi abuela, en esa caja, no quedaba nada. La muerte rompe el hábito diario de ser uno mismo, y deja un residuo extraño.

En 2020, un virus nos tiró sobre la mesa la verdad cruel de lo irreparable. La gente se muere. Los negocios quiebran. Los grandes personajes desaparecen y, en cuarentena, hasta el amor más profundo termina en divorcio.

Quizás nos habíamos acostumbrado demasiado a la comodidad del “re”: la renovación, la remodelación, el reciclaje, la recuperación, el renacimiento espiritual, el relanzamiento. Pero ciertas cosas no tienen replay. Mi abuela no “vive en mi recuerdo”. Falleció, y no la volveré a ver.

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Irreversible

Cae una copa y se divide en astillas. Es una secuencia sin rewind: las astillas nunca se reúnen, solas, en copas. Uno siempre puede agacharse y recoger, meticulosamente, cada pedazo. Con el mismo cuidado, si tiene suerte y paciencia, puede pegarlos. Pero el objeto ya no es el mismo. Es otra cosa, que quizás ya no pueda usarse para su función inicial.

Vivir es acumular astillas. Se pierden familiares y se pierden amores. Se agrandan los huecos que dejan las personas. Los amores nuevos, los hijos, un nuevo trabajo, no es el abuelo que perdimos, ni las personas que se fueron. Son otros, distintos. Son otras copas, igual de únicas y frágiles.

Ahora que el virus le dio con un bate a la cristalería y que recuperamos la memoria de nuestra fragilidad, es posible que aprendamos a atesorar las circunstancias y las personas que hoy damos por sentado.

Al fin, que nos dimos cuenta de que toda certeza puede desaparecer en minutos; más rápido de lo que tarda un tipo en comerse un murciélago.

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Recuperar lo real

Es posible también que podamos sacudirnos la modorra que nos permitía ignorar la realidad creyéndonos habitantes de un mundo reversible, inmunes al tiempo y aficionados al eufemismo.

Hemos querido llamar “retos” a los problemas; “desafío” a la crisis económica y “resiliencia” al hecho de seguir adelante, como podemos y a los tumbos, luego del palazo de 2020. Como si un tono más amable y algunos neologismos pudieran, mágicamente, sanar a los entubados y generar empleos.

El presidente de México propuso un vocabulario expurgado de palabras “neoliberales”, como “holístico”, “empatía” o, justamente, “resiliencia”, que parecen oscurecer más que lo que explican.

Más allá del arrebato inquisidor del presidente, es cierto que fuimos complacientes con un estilo enrevesado y plagado por tecnicismos. En lugar de usar el lenguaje para tratar de acercarnos a la realidad, lo enturbiamos para percibir los hechos a nuestra conveniencia.

Por el contrario, entender al virus como un problema global, nos permite pensar que lo que se necesita es una solución práctica y concreta, y no superar un reto como quien sortea obstáculos en un programa de televisión.

Para alcanzar esa urgencia hay que hablar claro, y entender que las cosas se rompen de verdad, y merecen ser protegidas.

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Lo que se salva

El problema de la pandemia no se está resolviendo con percepciones y piruetas retóricas, sino con el trabajo de decenas de científicos que desarrollaron vacunas en tiempo récord.

Proteger vidas y crear empleos dependerá de la eficacia de las campañas de vacunación y políticas y acciones concretas en la economía. Esto no devolverá a quienes se fueron, ni las empresas quebradas. Evitará seguir perdiendo, y permitirá el surgimiento de algo nuevo.

En 2021, ante el espectáculo de lo roto y lo perdido, podemos ahorrarnos la frivolidad de los lugares comunes y no señalar la crisis como una oportunidad, o aprovechar para que lo que no nos mató, nos fortalezca.

Basta, primero, con aprender a juntar los pedazos, con cuidado de no cortarse, para crear algo nuevo.

Luego, con nuestra recuperada conciencia de la fragilidad, aprender a cuidar lo que tenemos, lo duramente ganado. Como la etiqueta en el embalaje de una mudanza, identificar lo que sabemos que es valioso e irrecuperable, para salvarlo de la rudeza del viaje.

“Empezando por aquellos que nos acompañan —porque acá no hay remake, y el viaje es solo de ida”.

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Nota del editor: Francisco Rodríguez Daniel es experto en comunicación institucional. Síguelo en Twitter y en LinkedIn .

Las opiniones de este artículo son responsabilidad única del autor.

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