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#ColumnaInvitada | ¿Los mexicanos somos solidarios?

“Solidaridad” es una palabrota que históricamente ha pintado una imagen folclorista, bonachona, del mexicano. ¿Veremos el retorno de esa polvosa retórica de la solidaridad?
dom 19 abril 2020 07:00 AM
Chicas trans de Toluca abrieron un comedor comunitario en solidaridad con la comunidad transexual durante la cuarentena por COVID-19.
Comedor comunitario en apoyo mujeres transexuales y personas víctimas de violencia ante contingencia del coronavirus.

En estos tiempos convulsos de crisis sanitaria y de estado de emergencia, comienzan a alzarse ciertas voces y ciertos discursos que llamaré “edificantes”, por no decir “moralinos” y cursis. Estamos ante un terrible problema de salud pública y ante una debacle financiera cuyas repercusiones todavía no terminamos de calar, pero estamos también frente a un súbito desgarramiento de nuestros valores morales. Las categorías de “bien” y “mal” están siendo sometidas a prueba y es posible que en el futuro próximo padezcan una redefinición radical. No estoy hablando, solamente, del personal médico que ahora mismo, de manera rutinaria, tiene que distribuir las pocas camas y las pocas máquinas de respiración asistida entre una multitud creciente de enfermos. ¿Qué vidas son más dignas de cuidado? ¿La edad es un criterio justo?

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También hablo de los que permanecemos en casa, angustiados, con el alma en vilo, tratando de mantener la higiene, física y mental, y preguntándonos por el fin de la pandemia. ¿La vida volverá a ser lo que era antes? Más aún: ¿queremos que la vida vuelva a ser como antes? Vemos con ilusión y callado orgullo cómo la naturaleza reverdece en ausencia de seres humanos, cómo los cielos se limpian y el agua de los canales de Venecia recobra ese aspecto diáfano que tanto fascinaba e inspiraba a Tintoretto. Con la economía metida a fuerza entre paréntesis y con los aviones estacionados, nos es posible vislumbrar un mundo menos extractivista y menos consumista.

¿Y qué hay de nuestras relaciones interpersonales? ¿Las catástrofes reblandecen las conciencias y nos hacen más generosos y altruistas, o, por el contrario, imponen la primordial consigna de “sálvese quien pueda”? ¿Estamos viviendo un recrudecimiento del individualismo o el surgimiento de un sentimiento de colectividad y solidaridad? Los televidentes mexicanos hemos visto, con emoción, a esos residentes italianos y españoles que hacen de su balcón una tribuna desde la que comparten su música. ¿Qué ocurrirá en México? ¿Tenemos nosotros una cultura de balcones y de buena vecindad?

El subsecretario de Salud, el Dr. Hugo López-Gatell, en un tuit reciente, hizo la analogía entre un virus y un terremoto. Cuando las entrañas de la tierra se sacuden, tenemos dos opciones: o abandonamos el edificio en desbandada o lo hacemos de forma organizada, sin correr, sin empujar, sin gritar. Tanto en el terremoto del 85 como en el de 2017, una palabra brincó a primer plano: la “solidaridad”. Es una palabra con mucha raigambre en México. Ávila Camacho la pronunció hasta el hastío durante la Segunda Guerra Mundial. Había que olvidarse de la lucha de clases promovida por su antecesor, el general Lázaro Cárdenas; había que olvidar las disputas intergremiales y las desaforadas exigencias de los obreros. La hora era de unión, sacrificio y trabajo redoblado. Así lo demandaban las circunstancias internacionales. Había que sacudirse de encima el lastre del rencor y hacer las paces con nuestro vecino del norte. América constituía, al fin y al cabo, “una gran familia”.

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Es posible que la idea de que los mexicanos somos solidarios se haya originado en esta época. La “solidaridad” sirvió de parapeto para toda una serie de nuevas políticas sociales y económicas y para la implementación de severos dispositivos disciplinarios. Los malos mexicanos, los que no participaban de esta general y entusiasta solidaridad, los que traicionaban a su “familia americana” y coqueteaban con el enemigo, promoviendo células nazifascistas o repartiendo propaganda sediciosa, eran de inmediato enviados a la cárcel de Lecumberri bajo el infame delito de “disolución social”. Solidaridad y disolución formaban un binomio.

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El terremoto del 85 afianzó la “narrativa de la solidaridad”. No hay noticia o crónica que no destaque la abnegación, la tenacidad, el ánimo generoso de los mexicanos que arriesgaron su propia vida para sacar de entre los escombros a los posibles sobrevivientes, ya fuese un familiar, un amigo, un extraño o un perro. Las hazañas heroicas de esos días no deben dejar de aplaudirse, pero debemos advertir, al mismo tiempo, que tanta insistencia en la solidaridad desviaba la atención de otros temas igual de cruciales. No fue sólo el terremoto el que obligó al pueblo a organizarse y a asumir un papel activo y hasta de rescatista. Lo orillaron, sobre todo, la ineptitud y la lentitud del gobierno. Además de solidaridad, hubo mucha indignación. Nació la sociedad civil: un pueblo organizado al margen y a menudo en contra del esclerótico aparato gubernamental. Fue un duro golpe para el Estado.

Esta misma solidaridad, convertida ya en divisa política, fue aprovechada por Salinas y su programa homónimo, en los noventa. No hace falta extendernos demasiado. El siguiente punto en la escala son los sismos de 2017. De nueva cuenta se destacaron las acciones desinteresadas, solidarias y fraternales de los mexicanos. La mezquindad de las inmobiliarias, la ausencia de un plan de urbanización, la rapiña a la que sucumbieron no pocos ciudadanos, no acapararon las primeras planas.

“Solidaridad” es, en este país, una palabrota que históricamente ha romantizado las catástrofes y nos ha pintado una imagen folclorista, bonachona, del mexicano. Es una palabrota que en la actual pandemia comienza a rondar los discursos oficiales y no oficiales. ¿Veremos el retorno de esa polvosa (y a menudo falsa) retórica de la solidaridad?

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Nota del editor: el autor es maestro en Filosofía. Es autor de La revolución inconclusa. La filosofía de Emilio Uranga, artífice oculto del PRI (Ariel, 2018).

Las opiniones de este artículo son responsabilidad única del autor.

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