¿Se puede dejar de ser priista?

El PRI llega a su 91 aniversario siendo una entelequia. Es un partido abatido, minimizado. No es ni siquiera una sombra del gran partido que fue: el forjador del México moderno.
Don Porfirio Salinas es híbrido de política, iniciativa privada y escenario internacional. Priista orgulloso de “el valor de nuestra estirpe” (Beatriz Paredes dixit); antagónico al Peñismo, que atentó contra esta estirpe. Convencido de la política como instrumento de construcción de país, desde cualquier trinchera.

El PRI está por cumplir 91 años este 4 de marzo. Es el partido más longevo de México, y uno de los de mayor data a nivel regional e internacional. Pero llega a este 91 aniversario siendo una entelequia. No es ni siquiera una sombra del gran partido que fue: el forjador del México moderno.

Hoy, el PRI es un partido abatido, minimizado. Y se nota en sus liderazgos. Uno ve la dirigencia nacional, y no se reconoce una sola figura de peso de la política. Uno ve a los dirigentes estatales y es la misma historia. Es un partido en ruinas, que parece no querer resurgir.

A casi dos años de terminado el terrible gobierno de Peña, el PRI sigue cooptado, a la deriva, cada vez más desorientado. El golpe que asestó Peña a su propio partido, y esa omisión que tuvimos los priistas al permitírselo, parecen haber sido mortales.

Hace más un par de años decidí separarme del PRI por congruencia. Porque eso que hoy vemos ya no es el PRI. Porque todo lo que aprendimos quienes por convicción y convencimiento entramos al partido, hoy está ausente.

Pero, ¿renunciar al PRI significa dejar de ser priista? ¿Se puede renunciar a esa esencia que aprendimos? ¿Se dejan de tener los principios y valores que nos forjaron?

El PRI, como cualquier partido político, tuvo errores importantes. Pero es innegable que ha sido el partido más sólido de México. Un partido con códigos, principios y valores que se transmitieron de generación en generación, forjando a muchos de los mejores políticos del país.

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Del PRI aprendimos los valores del diálogo, de la argumentación, de la discusión sustentada, del debate de ideas, del contraste de posturas.

Los valores del respeto, de la inclusión de ideas, de la negociación para la generación de acuerdos, para la construcción de consensos.

Los valores de una política de altura, de la prudencia, de la discreción como herramientas básicas para obtener logros que se transformaran en beneficios para el país.

Los valores de la convicción de ideas, de la vocación de servicio, de la sensibilidad social, de tener una visión de país y sobre todo de cómo implementarla.

También del PRI aprendimos los valores del esfuerzo, de trabajar duro para crecer, conscientes de que nada era regalado.

El PRI fue un instituto político que construyó la más profunda identidad partidista. Pero que además construyó una necesaria identidad nacional. Sí, tal vez con algunas licencias interpretativas de la historia, como cualquier régimen, pero una identidad sin la cual no se explicaría México.

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El PRI fue un espacio donde confluíamos la más amplia gama de ideas, opiniones y perspectivas. Un crisol que amalgamaba representaciones de los más distintos sectores de la sociedad.

Muchos lo criticaban como un partido sin ideología En realidad, tal vez era un partido adelantado a su tiempo. Un partido de agendas, consciente de que una ideología no era suficiente. Hoy es justo esa la discusión internacional, si las ideologías alcanzan o si los partidos deben trabajar en agendas.

Al final, lo que nos unía a todos era justo ese sentido de identidad priista. Esa pasión de participar en los destinos del país. Esa convicción de mejorarlo. Esa vocación de servir a un propósito mayor.

Por eso el PRI fue el partido de la profesionalización de la administración pública. Generador de una multitud de funcionarios públicos. Profesionalización que se comenzó a resquebrajar con Fox, que desvirtuó Calderón, que Peña nunca quiso recuperar y que el actual gobierno lucha por desterrar.

El PRI fue un partido de instituciones, preocupado siempre por consolidarlas. Empezando por la propia estructura partidista, que se fue adaptando a los tiempos tan cambiantes.

Esa vocación institucional del PRI, y esa capacidad de adaptación, no sólo fueron notorias durante su hegemonía, particularmente hacia finales de los 70 cuando comienzan las grandes reformas políticas de apertura del sistema político.

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También fueron notorias, y cruciales, cuando se convirtió en oposición con el cambio de siglo. Sin esa institucionalidad no se explicaría esa transición tan tersa de régimen, y esa estabilidad política que el PRI aseguró ante momentos tan difíciles como la elección de 2006.

Lamentablemente, con el Peñismo, el PRI dejó de corresponder a la realidad social. Todo se desvirtuó, se privilegiaron la soberbia, el despotismo y la división. El partido dejó de ser contrapeso. Cayó en sumisión, en los excesos, la insensibilidad y la insensatez característica de los novatos.

Se incorporó a personajes improvisados, ignorantes del partido. Algunos viejos lobos de mar sucumbieron ante esta realidad porque convenía a sus intereses personales. Otros, la mayoría, fueron marginados y nulificados; algunos de ellos ahora resurgen como contrapeso al régimen.

Sí, muchos hemos renunciado al PRI. A lo que nunca renunciaremos los priistas es a todos esos principios y valores. A esa convicción y vocación de buscar una política mejor, un México mejor.

Ser priista no era un simple sello. Era una condición de vida. Los verdaderos priistas, no nos vamos a otros partidos, aunque no sepamos si algún día haya las condiciones para regresar al nuestro.

Si algo nos enseñó el PRI, es que dentro o fuera, con o sin él, debemos trabajar por México desde cualquier trinchera, buscando mejorar la política y el país.

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Termino recordando a Fernando Palma, admirable panista pero, sobre todo, gran amigo. Hombre de valores y creencias firmes. De argumentos, y de profundo respeto de quienes opinaran diferente. Conversamos mucho sobre nuestros partidos y sus faltantes. Una voz de crítica constructiva dentro del PAN, que ojalá recuerden hoy que tanto les urge la autoreflexión.

Orgulloso chihuahuense, juarense, que hizo de la CDMX su segundo hogar. Irónico que justo en CDMX, haciendo lo que más disfrutaba que era cabalgar, le arrebataron antier la vida de forma artera y cobarde. En esta CDMX, donde cada vez son menos los espacios seguros. Un fuerte abrazo a su familia y amigos, que eran muchos. Descansa en paz querido Fernando.

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Nota del editor: Las opiniones expresadas en esta columna son exclusivas del autor.