No protestan para hacerle daño al presidente, protestan porque las están (no, las estamos) violentando. No protestan con el objetivo de generar ingobernabilidad, protestan para que todas las autoridades, no solo el presidente, asuman sus obligaciones y respondan ante la insoportable experiencia de que no haya espacio –la pareja, la escuela, la familia, el trabajo, la calle o el transporte– donde no se ejerza algún tipo de violencia contra ellas. No protestan manipuladas por “los conservadores”, protestan precisamente contra las inercias de ese conservadurismo que las supone manipuladas y sumisas; es decir, incapaces de protestar por sí mismas, de tener voluntad y causa y voz propia, de movilizarse como sujetos políticos autónomos que expresan agravios genuinos y articulan demandas legítimas. Protestan, en suma, porque por mucha democracia, mucha alternancia o mucho cambio de régimen, lo cierto es que seguimos viviendo en una caverna patriarcal.
Ciudadanas, no adversarias
Tampoco están protestando como oposición. Muchas eran o siguen siendo simpatizantes lopezobradoristas, o bien se identifican con la izquierda. No están organizándose para competir por el poder, están marchando para que quienes están en el poder las escuchen, entiendan y atiendan sus reclamos. No representan a ningún partido sino a un sector (de hecho, a una mayoría) de la población. Su proyecto no es desconocer la voluntad de las urnas, es expresar un agravio, visibilizar una problemática y crear un contexto de exigencia para impulsar cambios. Lo suyo ha sido menos oponerse a las políticas del actual gobierno que criticar su falta de políticas respecto a las mujeres y la ausencia de perspectiva de género en sus decisiones. No son una alternativa que busca ganar votos, son un movimiento social interpelando a quienes ya los ganaron (o a quienes quieran ganarlos).
Sin embargo, algunas voces en la órbita del oficialismo insisten en caracterizarlas como si fueran, de un modo u otro, sus antagonistas. Dicho gesto es revelador por al menos cuatro razones. En primer lugar, porque es una señal de que el lopezobradorismo en el poder se ha embotado, de que ha perdido aquella notable capacidad para tomarle el pulso al ánimo social que tenía cuando estaba, entonces sí, en la oposición. Podrá ser un gobierno muy sensible a las injusticias en el nivel de la abstracción retórica, pero no lo está siendo en la especificidad de las políticas públicas para grupos vulnerables –y no es nada más con las mujeres, también con los indígenas, las víctimas de la violencia o los derechohabientes del sistema de salud pública.
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En segundo lugar, porque al tratarlas como adversarias, el propio López Obrador no solo elude su responsabilidad como cabeza de la administración pública federal, además se ubica en una posición de resistencia frente al movimiento de las mujeres, como si estuviera defendiendo (no tanto por sus dichos explícitos, más bien con sus omisiones y su actitud pasivo-agresiva) todo aquello contra lo que ellas están protestando. Si les pide que no hagan pintas ni destruyan el patrimonio urbano, pero, como señala Mónica Meltis , no emprende ninguna medida inmediata para generar datos confiables ni para reducir las tasas de impunidad; si a la pregunta de cómo va a combatir la violencia contra las mujeres no sabe contestar salvo con buenas intenciones y vaguedades; si al calor de los cuestionamientos, como apuntó Silva-Herzog Márquez , comete la inmoralidad de sugerir que no se hable de los feminicidios sino de él, de los temas que a él le interesan y de su grandiosa gesta moralizadora... ¿de qué lado acaba poniéndose el presidente?
En tercer lugar, porque al acusar que hay “mano negra”, o al comparar este movimiento con el de las cacerolas en Chile antes del golpe de Estado contra Salvador Allende (aunque no tengan nada que ver), el lopezobradorismo se descarta como interlocutor de buena fe y se priva a sí mismo de la posibilidad de crear con la protesta, a partir de ella, de incorporar esa agenda entre sus prioridades y de abrirle un cauce institucional. Lejos de procesar el conflicto, de gestionarlo constructivamente, lo agrava. Si, como han dicho varios lopezobradoristas, la derecha es hipócrita porque nunca ha sido feminista y ahora trata de aprovecharse de este movimiento para golpear al presidente, ¿qué son esos lopezobradoristas cuando tratan de aprovechar la hipocresía de la derecha para golpear, a su vez, al movimiento? Feministas, por lo pronto, tampoco son. Si no hay voluntad ni capacidad para ocuparse del problema, si no hay compromisos concretos ni políticas públicas certeras para atender la violencia contra las mujeres, ¿qué diferencia hace para ellas que gobierne esta “izquierda” o la derecha? Al final, en cuanto a sus efectos prácticos, ambas terminan siendo muy parecidas en su conservadurismo.
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Por último, en cuarto lugar, porque no es solo el lopezobradorismo, los medios de comunicación y la opinión pública también estamos reaccionando como si el problema se agotara en la figura del presidente. Pero ¿qué no toca también, como dice Sandra Barba , a los gobiernos y congresos de los estados, a los municipios, a las fiscalías, al gabinete, a los poderes Legislativo y Judicial? ¿Y qué pasa, como recordaba ayer Daniela Maplica , con las empresas y los centros de trabajo? ¿Todo ese amplio entramado de instancias no tiene ni una vela en este entierro? No somos, ni queremos ser, el país de un solo hombre. El presidente podrá estarse equivocando, y mucho, pero el resto de las autoridades y la iniciativa privada ¿dónde están y qué están haciendo?
Las mujeres que protestan hoy no lo hacen como opositoras sino como ciudadanas. ¿O es que acaso no hay lugar para el legítimo ejercicio de la ciudadanía en el México de la autodenominada “cuarta transformación”? ¿Ser ciudadana puede significar otra cosa que ser adversaria del presidente?
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