Cuando el Presidente convocó al evento de Tijuana, muchos críticos y opositores mostraron su rechazo. Argumentaron populismo, y dijeron que de nada serviría hacer un acto así. Demandaron que el Presidente tomara medidas concretas y no que hiciera mítines.
La reacción negativa, lamentablemente, mostraba más un afán de oponerse a cualquier medida del Presidente. Un afán de sacar beneficio político. Pero en un momento en el que se necesitaba unidad nacional, en el que se debía mostrar solidaridad ante un enemigo externo.
La oposición y los críticos debieron calcular que oponerse a un evento así, convocado de la manera en que se hizo, era mezquino. Puede no ser la mejor decisión en términos de la negociación bilateral, pero el mensaje social era importante. Y los críticos prefirieron denostarlo.
El difícil proceso de negociación ya estaba en marcha. La delegación gubernamental ya estaba en EUA. El evento era para generar un ambiente interno de unidad y apoyo a la negociación. De hacer sentir a la gente partícipe. Y de mandar un mensaje social al vecino del norte.
Por supuesto que no era un acto determinante en el resultado de la negociación. Por supuesto que, de salir bien, el acto beneficiaría al gobierno. Pero lo que olvidaron los críticos fue el cariz social del evento, así como el liderazgo natural del Presidente.