#VocesADN | La sangre de Santiago
Nota del editor: Caleb Ordóñez Talavera (1984) es abogado, comunicador y especialista en Periodismo digital por la Universidad Complutense de Madrid. Las opiniones expresadas en esta columna son exclusivas de su autor.
CIUDAD DE MÉXICO (ADNPolítico).- A Santiago no pudieron dejarlo encargado con alguna niñera. Sus padres decidieron llevarlo con ellos a la fiesta de aquella noche. El pequeño de un año bailaba en los brazos de su mamá en una pista improvisada, al fondo se escuchaba la música de "La vida es un carnaval" que hiciera famosa Celia Cruz. Entonces fue cuando los sujetos armados entraron.
Los testigos no se ponen de acuerdo sobre si fueron seis o más, pero es lo de menos, uno de ellos apuntó con su arma larga, directamente al pequeño Santiago y le disparó. Una bala atravesó su cuello mientras su padre intentaba hacer algo, pero también él corría la misma suerte: dos disparos más, moría junto a su hijo.
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Los pistoleros acabaron con la vida de 12 personas más y todavía se daban el lujo de torturar sicológicamente a los sobrevivientes. "¡Mira cómo los maté!", le gritaba extasiado uno de los sicarios a un testigo, mientras remataba a Santiago y otras víctimas mortales. La masacre en Minatitlán , Veracruz, concluiría con la muerte de 14 personas y cuatro heridos graves.
Escuchar sobre matanzas en nuestro país no es una sorpresa, lamentablemente. México vive una crisis de terror y crueldad que no ha concluido desde hace más de 12 años, son miles de muertos y desaparecidos; se encuentran fosas clandestinas diariamente y los números no parecen menguar, nos encaminamos dolorosamente al año más sanguinario de la historia moderna del país.
Los números de violencia y cifras de homicidios son hoy en día banderas políticas. Lo todavía peor es que nos hemos acostumbrado a un país en completa oscuridad, heredado por otros gobiernos quizá sí, pero sin rutas claras sobre cómo cambiar drásticamente la realidad. En donde grandes zonas del país son gobernadas por el narco, donde los capos siguen mandando en total impunidad. El país que se horroriza por Ayotzinapa, pero olvida con el tiempo. Y así, masacre tras masacre, ya no encuentra a quién culpar o en quién depositar el miedo y la zozobra.
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Silencio
Porque más allá de responder inmediatamente, ni el presidente Andrés Manuel López Obrador ni el gobernador veracruzano Cuitláhuac García salieron a tiempo y calmaron las aguas; al contrario, repartiendo culpas, hicieron un pequeño frente político contra el fiscal general de Veracruz porque no es de su misma ideología y " no está recomendado ", diría el presidente.
Nada nos sorprende, esto ya pasó antes, es un déjà vu de la masacre en Villas de Salvárcar en Ciudad Juárez, de San Fernando en Tamaulipas, del mismo Ayotzinapa. Así estamos acostumbrados a lidiar con los estériles enfrentamientos políticos, que a nadie consuelan, que no llevan a los culpables a prisión, que no otorgan justicia ni calman a las víctimas.
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Ninguna de las vidas que fueron arrebatadas en esa fiesta lo merecía. Sin embargo, lo de Santiago es un tema aparte, es un llamado a no perder el sentido del asombro. Porque no basta con decir que "es un cochinero" el que dejaron otras administraciones, ni tampoco desear que en seis meses las cosas mejoren como lo señaló el presidente.
Es tiempo de actuar, dejar atrás la mezquindad de unos y otros grupos antagónicos, y hacer a un lado las diferencias estúpidas que nos tienen sumidos en una disputa en redes sociales que finalmente nadie ganará, solo los que están interesados en seguir alimentando el infierno.
¿Quiénes son los muertos?
La sangre de Santiago llama, convoca y grita por justicia, porque si no nos hace estremecer ver cómo la inocencia yace en el suelo a causa de la cobardía, perversidad y el odio, entonces los que murieron hace mucho fuimos nosotros.
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Esto no se trata de estar a favor o en contra de López Obrador.
Pero la sangre de Santiago sí le debe comprometer a usted, señor presidente, al menos a intentar con todo empeño a que ningún inocente se enfrente a una injusticia igual en un país que apaga entre lágrimas su poca esperanza y hoy se siente más acorralado que nunca.
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