OPINIÓN: Año nuevo, ¿actitud nueva?
Nota del editor: Don Porfirio Salinas es híbrido de política, iniciativa privada y escenario internacional. Priista orgulloso de “el valor de nuestra estirpe” (Beatriz Paredes dixit); antagónico al Peñismo, que atentó contra esta estirpe. Convencido de la política como instrumento de construcción de país, desde cualquier trinchera. Las opiniones expresadas en esta columna son exclusivas del autor.
CIUDAD DE MÉXICO, (ADNPolítico) - Arranca 2019, un nuevo año, con el inicio más claro del nuevo gobierno, y un nuevo entramado político en el país. Los últimos meses han evidenciado profundas divisiones en la arena política, que han sido aún más visibles en la sociedad entre “chairos” y “fifís”. Para algunos, la política es culpable.
Sin embargo, hay que analizar a mayor detalle si es la política la que ha permeado a la sociedad, o si la propia división y encono social se han reflejado en el sector político. Claramente ambas premisas son ciertas, pero poco o nada estamos haciendo como sociedad para corregir el camino.
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El problema de origen, el fondo real, es un arraigo cultural de larga data. Somos una sociedad, aunque a muchos les cueste reconocerlo, dividida, individualista, intolerante y con muy poco respeto al otro, a lo distinto.
Son estas características las que se han traducido en los niveles tan profundos de desigualdad que tiene nuestro país. Pero preferimos culpar a “las autoridades”, a “los políticos”. Son ellos los malos, y nosotros las víctimas. Y sí, los gobiernos no han hecho su trabajo, pero tampoco la sociedad.
En 2017 y 2018 el INEGI publicó datos altamente relevantes sobre los profundos niveles de discriminación y racismo que nos caracterizan como sociedad, evidenciando esa realidad que tanto nos esforzamos en esconder. Sorprendentemente, los datos causaron sorpresa entre los mexicanos.
Primero, con el Módulo de Movilidad Social Intergeneracional (MMSI 2017), se evidenció que el color de piel en México sí es un factor determinante en las oportunidades de superación y desarrollo de las personas: ser de piel blanca asegura mayores posibilidades de éxito que ser de tez morena.
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Y en 2018, con los resultados de la primera Encuesta Nacional de Discriminación (ENADIS) hecha por el INEGI (antes la realizaba CONAPRED), resultó claro que la discriminación por actitudes, prejuicios y opiniones son el pan nuestro de cada día en México.
Según la ENADIS, “el 20.2% de la población de 18 años y más declaró haber sido discriminada en el último año por alguna característica o condición personal, tono de piel, manera de hablar, peso o estatura, forma de vestir o arreglo personal, clase social, lugar donde vive, creencias religiosas, sexo, edad y orientación sexual.” Y según el CONAPRED, 7 de cada 10 mexicanos sufre discriminación.
Los motivos principales vistos en la ENADIS: apariencia (56.5%), manera de hablar (27.7%), edad (26.9%), creencias religiosas (24.8%), lugar donde vive la persona (21.7%) y clase social 19.7%.
No es casualidad, por ejemplo, la exclusión económica de las mujeres. Solo 43% de la fuerza laboral femenina está empleada (INMUJERES, 2016), contra 78% de los hombres; solo hay 6.3% de mujeres en los Consejos de las empresas en Bolsa; y menos del 1% de las grandes empresas son dirigidas por mujeres (WCD y The Economist, 2016). Muestra de una cultura empresarial muy arraigada.
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No es, tampoco, casualidad que 55% de las personas blancas va a la universidad y preparatoria, pero solo 31% de los de piel morena; o que 21% de la población ocupada son profesionistas y técnicos blancos, y solo 12% son morenos; a diferencia de los trabajadores de apoyo, agropecuarios o en servicios personales, donde 44% son morenos y 28% blancos (MMSI, 2017).
El actual encono político se vive de manera aún más intensa en el ámbito social. Basta ver las redes sociales para identificar los profundos corajes que llevan a la agresión y a la ofensa. Basta incluso cualquier plática entre conocidos, amigos o familiares para notarlo.
Hoy existe una profunda crítica visceral de varios sectores poblacionales hacia el presidente y su gobierno; como también existe intensa confrontación por parte de los seguidores del presidente hacia todo aquel que se atreva a opinar distinto.
No podemos desperdiciar más tiempo para corregir el rumbo del país. Por supuesto, los actores políticos tienen que actuar. El presidente, que es el de mayor respaldo social en la historia reciente, tiene la obligación moral de guiar el camino, con imparcialidad, hacia una verdadera reconciliación.
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Los partidos políticos tenemos la obligación moral de reinventarnos y refundarnos, de coadyuvar en la construcción de una ciudadanía integral, y de abrir canales de diálogo y participación. El empresariado tiene la obligación moral de modificar su narrativa, de volver a conectar con la sociedad y generarse una visión de país mucho más integral, mucho más social y menos monetarista.
Pero la obligación principal para cambiar al país está en nosotros como sociedad. Estamos divididos en nuestra vida diaria, en nuestra convivencia comunitaria, en nuestros lugares de trabajo, en nuestras propias familias. No nos polarizamos el 1 de julio, ya veníamos divididos desde antes.
Los problemas de violencia que hoy vivimos no son solo por las estrategias erradas y el crimen organizado. Nuestra violencia es profundamente social, y eso es lo que permitió llegar a la crisis que hoy vivimos: el país con más feminicidios, el segundo con más crímenes de odio, uno de los más violentos, entre muchos otros indicadores.
Esta realidad no se construyó en 10 o 12 años. La sociedad mexicana está rota desde hace mucho tiempo por el clasismo, por la discriminación, por el racismo, por la intolerancia.
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Urge que nos convirtamos en una sociedad distinta en México, una sociedad tolerante, armónica, respetuosa de las diferencias, pacífica, comprometida con nuestro entorno.
No es casualidad que llegaran al poder los presidentes que hemos tenido, ni que el nuevo venga con los visos autoritarios que se asoman. Claro que los partidos traicionamos a la sociedad, y el sistema político le falló. Pero fue la sociedad misma la que se abandonó, se fragmentó y lo permitió.
Los riesgos y costos de seguir así son demasiado altos. En este espacio lo repetiremos hasta el cansancio: el cambio más importante que necesita México no es de régimen o de gobierno, es el cambio como sociedad. O cambiamos, o ya no habrá marcha atrás, gobierne quien gobierne.
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Parafraseando a Mitt Romney hace unos días, dejaremos la política del enojo y del miedo cuando seamos llamados a la responsabilidad por liderazgos desde nuestros hogares, escuelas, empresas, iglesias y gobierno, que nos den altura de miras y que respeten la dignidad de todas las personas.
Que 2019 sea el inicio del cambio social en México. ¡Recuperemos al país, cambiemos de chip!
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