OPINIÓN: El PRI se traicionó, ¿es posible refundar al partido?
Nota del editor: Don Porfirio Salinas es híbrido de política, iniciativa privada y escenario internacional. Priista orgulloso de “el valor de nuestra estirpe” (Beatriz Paredes dixit); y antagónico al régimen actual, contrario a esta estirpe. Convencido de la política como instrumento de construcción de país, desde cualquier trinchera. Las opiniones expresadas en esta columna son exclusivas del autor.
(ADNPolítico) – En este espacio, hemos hablado sobre la profunda crisis de los partidos políticos y sobre cómo Enrique Peña Nieto traicionó al Partido que lo llevó al poder . Con sus excesos, soberbia, errores y corrupción, Peña Nieto y su grupo minaron la credibilidad e imagen del PRI, hiriéndolo de muerte en las pasadas elecciones al sacar su peor votación histórica, no solo para la presidencia (con un muy mal candidato externo), sino para ambas Cámaras del Congreso; perdió la gran mayoría de los Congresos locales y alcaldías que se eligieron, y bajó a solo tener 12 gubernaturas.
OPINIÓN: La profunda crisis de los partidos políticos
Pero fue el propio PRI el que se traicionó. Se traicionó al permitirle a Peña Nieto esos excesos. Al permitirle proteger personajes impresentables que violaron los principios del partido y, sobre todo, la confianza de los votantes. Se traicionó al no saber reaccionar ante un presidente que rompió con los códigos y formas del priismo. Ni en la época de partido hegemónico se vio esta dinámica.
El priismo dio el beneficio de la duda a Peña Nieto, respaldando sus dos primeros años a pesar del alto costo político para el PRI. Pensaron que eventualmente Peña Nieto retribuiría al PRI su lealtad, como marcaba la tradición. Pero esa correspondencia nunca llegó.
Esto generó una rebelión de brazos caídos en las elecciones de 2015, 2016 y 2017, y por supuesto este año. Pero eso no era suficiente. El priismo no entendió que debía confrontar abiertamente a Peña. Distanciarse del presidente, que atentó contra su propio partido, para ser su principal contrapeso. El PRI se traicionó, y con ello, traicionó a la propia ciudadanía.
OPINIÓN: Meade, Peña y el PRI... ¿quién arrastra a quién?
El 4 de marzo de 2019 el PRI cumplirá 90 años de su fundación. ¿Cómo quiere llegar el PRI a este aniversario: celebrando su funeral, o arrancando la “cuarta era”, con una refundación de fondo que le permita estar a la altura de la realidad social actual para mantenerse como opción política?
Algunos desean la muerte del PRI, otros plantean que debe cambiar de nombre para sacudirse la marca. Lo que resulta claro es que el priismo debe tomar decisiones firmes y contundentes, y debe hacerlo ya. Una verdadera refundación deberá ser creíble para la sociedad. Lograrlo dependerá de muchas cosas, pero hay condiciones “sine qua non” para demostrar un cambio real.
Ante la crisis actual, serán pocos los liderazgos del PRI vigentes; y aún menos los que gocen de prestigio tanto adentro como afuera del partido. La primera clave será que esos liderazgos se unan, a pesar de sus diferencias. Liderazgos como Beatriz Paredes, Osorio o Beltrones deberán juntar esfuerzos, acompañarse de liderazgos locales reales, y ahora sí preparar a una nueva generación. No se debe permitir que las voces que llaman a la reforma del PRI sean impresentables o cuestionadas, como Ulises Ruiz o Ivonne Ortega. Debe ser gente de prestigio.
OPINIÓN: Por qué el PRI no votará por Meade
Es fundamental repensar la “institucionalidad y disciplina” del PRI. Hoy el primer paso debe ser romper con Peña Nieto de inmediato; impedirle tomar más decisiones sobre el partido, aunque él sea presidente hasta el 30 de noviembre. Hoy, por ejemplo, los coordinadores parlamentarios del PRI para la nueva Legislatura deben ser elegidos por consenso interno, sin opinión de Peña Nieto.
A la par debe instalarse una nueva dirigencia nacional de transición, ajena a Peña Nieto, que complete el periodo que termina en agosto próximo, y arranque la autorreflexión, reunificación y refundación.
Se debe realizar una profunda depuración del partido, con un proceso público de expulsión de quienes más han dañado la imagen y vida interna del PRI, incluso personajes de alto perfil. No debería descartarse, por extremo que parezca, empezar por el propio Peña Nieto; aunque esa decisión se antoja poco factible.
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La depuración habría de iniciar por Videgaray, y ese grupo impulsor de la debacle, como Nuño, Ochoa o Castillejos. Incluyendo a quienes impuestos por este grupo y sin méritos propios ni arraigo partidista ocuparán cargos legislativos, como Fernando Galindo, Ximena Puente o Luis Miranda. Y a quienes localmente dinamitaron al PRI por su mal prestigio, pero fueron “premiados” con plurinominales, como Héctor Yunes, Rubén Moreira o Ivonne Álvarez.
Ante los magros números del PRI para el Congreso de la Unión, es mucho mejor prescindir de algunos espacios que mantener gente que demerita más la dañada imagen y credibilidad del PRI.
Se deben concretar ya los procesos pendientes de expulsión de personajes que el actual régimen mantiene impunes, como los exgobernadores Rodrigo Medina o César Duarte.
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Pero también se deben contemplar personajes de renombre, que en este sexenio traicionaron al priismo. Uno muy relevante es Emilio Gamboa, quien fue de los principales “consejeros” de Peña Nieto en muchas de sus peores decisiones políticas, y fue impulsor y defensor de varios exgobernadores que hoy son perseguidos o están encarcelados. Además de haber causado la peor división jamás vista del grupo parlamentario del PRI en el Senado estos seis años.
Adicionalmente, el PRI debe realizar un reconocimiento de cara a la sociedad de todos los errores y omisiones cometidos en estos años, no solo por el gobierno sino por el propio partido. Un mea culpa que demuestre un arrepentimiento sincero, con el compromiso de que habrá consecuencias ante esos errores y omisiones.
Este reconocimiento deberá acompañarse de un proceso de apertura sin precedentes a la sociedad civil. El PRI debe sentarse a escuchar a todos los sectores de la sociedad sus reclamos y críticas. Con mayor énfasis en los públicos más complejos, y en los que el PRI ha descuidado más, como: clase media, sector privado, academia, jóvenes, líderes de opinión, organizaciones de la sociedad civil o think tanks. Sin descuidar los sectores populares.
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Debe entablarse un diálogo para escuchar sus perspectivas de por qué la ciudadanía está distanciada de los partidos en general, y en particular del PRI. Y juntos explorar qué hacer para revertir ese sentimiento y generar empatía para reconectar con la ciudadanía. Construir con ellos los preceptos de lo que debe ser un partido político moderno, adaptado a la nueva realidad social, y capaz de evolucionar de la mano con ella.
Por supuesto, se tendrá que realizar una discusión abierta y profunda al interior del partido. Escuchar a los propios priistas. Las caras largas en la reunión de expresidentes del PRI el viernes pasado refleja que las inconformidades son más profundas de lo que imaginamos.
Solo después de estos ejercicios se podrá convocar a una asamblea nacional del partido para una refundación real, hacer nuevos documentos básicos, reconfigurar la estructura del partido, y renovar a la dirigencia para implemente la nueva visión de la mano con la sociedad. El 90 aniversario debe ser el marco de la cuarta era del PRI. ¿Estaremos a la altura de las circunstancias?
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