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OPINIÓN: Meade, Peña y el PRI... ¿quién arrastra a quién?

Es innegable que el principal factor que contribuye al deterioro de la imagen del PRI es la desastrosa gestión que Enrique Peña Nieto ha tenido como presidente, opina Don Porfirio Salinas.
jue 28 junio 2018 08:51 AM
Meade y Peña
Por la Presidencia de la República Hoy, es más grande la cruz que carga el partido por este gobierno de no priistas, que la que carga el candidato por el partido que lo postuló, señala Don Porfirio Salinas. (Foto: © MOISÉS PABLO/CUARTOSCURO.COM)

Nota del editor: Don Porfirio Salinas es híbrido de política, iniciativa privada y escenario internacional. Priista orgulloso de “el valor de nuestra estirpe” (Beatriz Paredes dixit); y antagónico al régimen actual, contrario a esta estirpe. Convencido de la política como instrumento de construcción de país, desde cualquier trinchera. Las opiniones expresadas en esta columna son exclusivas del autor.

(ADNPolítico) – Durante este proceso electoral, mucho se ha dicho que una de las principales razones por las que José Antonio Meade, candidato presidencial del PRI, está tan abajo en las encuestas y sigue cayendo es que carga el lastre de la mala imagen y reputación del Partido. Suele ser uno de los principales argumentos de la mayoría de analistas, columnistas y opinólogos.

Este argumento es, por decir lo menos, una interpretación fácil y simplista de una realidad mucho más compleja. Y, de alguna manera, deja ver un natural sesgo por la animadversión que buena parte de esta opinocracia ha tenido desde hace tiempo hacia el PRI.

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Se debe hacer un análisis mucho más objetivo y profundo de lo que está ocurriendo para definir realmente cuál es el lastre y quién carga la cruz. Evidentemente, la imagen del PRI atraviesa por su punto históricamente más bajo. Y claramente, esto fue un factor importante para los malos resultados electorales de las candidaturas locales priistas durante 2015, 2016 y 2017.

Pero es innegable que el principal factor que contribuye al deterioro de la imagen del PRI es la desastrosa gestión que Enrique Peña Nieto ha tenido como presidente, y la cantidad de excesos y corrupción que al amparo de su gobierno se ha realizado. Peña Nieto es el presidente peor evaluado desde que se tiene registro de evaluaciones presidenciales. No hay medición que le otorgue a su gestión más de un 20% de aprobación entre la sociedad.

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Este Gobierno ha estado plagado de cuestionamientos por corrupción desde que comenzó. Hay una larga lista de personajes impresentables, tanto a nivel federal como estatal, que han gozado de la protección y cobijo de este régimen. Para buena parte de ellos, hay un hilo conductor: son personajes improvisados que no han sido formados dentro del PRI, que no han vivido al partido, que no conocen ni sus principios ni mucho menos sus dinámicas internas, pero que sí lo han usado como vehículo para llegar a posiciones de poder. Son personajes que, incluso, en ocasiones se han expresado en privado en contra del PRI y de lo que según ellos representa.

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Son, muchos de ellos, una “nueva generación de políticos” que supuestamente llegarían a cambiar al país. Personajes del gabinete como Luis Videgaray, Aurelio Nuño, Humberto Castillejos, Enrique Ochoa, entre muchos otros. Un régimen que instauró Peña Nieto desde la presidencia, y del cual José Antonio Meade ha sido pieza clave.

Meade tuvo cargos de gran relevancia en este sexenio, desde donde pudo haber hecho una diferencia; pero decidió jugar con este régimen de privilegios e impunidad, en el que no importa cuán grave sea la falta, no habrá consecuencias si eres del grupo.

Un régimen que se replicó a nivel estatal con personajes como Rodrigo Medina, exgobernador de Nuevo León que goza de la amistad (e impunidad) del presidente; Javier Duarte, conocido exgobernador de Veracruz; Roberto Borge, exgobernador de Quintana Roo; y un largo etcétera. La mayoría de ellos bajo el halo protector de Peña Nieto durante todo el periodo de sus mandatos.

A nivel local, era muy claro durante las elecciones de los últimos tres años que había un profundo enojo de la sociedad con los gobernantes en turno. Pero también, en muchos casos, había una disposición a seguir votando por el PRI, siempre y cuando se nombrara a los candidatos adecuados. El problema fue que Peña decidió traicionar ese resabio de confianza con candidatos contrarios a lo que se buscaba por la ciudadanía.

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Este régimen, liderado por no priistas y aprendices por cierto, se esforzó por desplazar a los priistas de carrera, formados en el partido, con ideología, principios y causas. Se privilegió a improvisados mesiánicos, ambiciosos y ávidos de poder. Una cofradía “tecnócrata” y soberbia que, a diferencia de los tecnócratas de los años 90, ignoró la importancia de la política y sus formas, así como a la realidad y problemáticas sociales, cada vez más crecientes, de la sociedad mexicana.

Se mantuvo en el gobierno 'peñista' a muchos funcionarios 'calderonistas', que no necesariamente eran panistas, pero que coincidían en un aspecto crucial con los principales líderes del actual régimen: sus lealtades son a personas, no a instituciones, ni partidistas ni de gobierno.

Muchos de los escándalos que hoy salen a la luz pública no son de un PRI originario ni tradicional. Es un PRI de no priistas. Esa es la cara que hoy se percibe como del PRI.

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Hoy, lo que muchos señalan como el PRI es en realidad este régimen de excesos y privilegios. Un régimen que no solo despreció al partido, sino a la sociedad misma. El error del priismo fue permitirlo.

Luis Donaldo Colosio dijo en su toma de protesta como presidente nacional del PRI, algo que hoy es más cierto incluso que en aquel momento: “La vida interna de partido resintió el distanciamiento entre la dirigencia y las bases. La subordinación incondicional al poder de los gobernantes. La cultura del elogio, el mimetismo. Esto, aunado a la rigidez en los mecanismos de participación democrática ciudadana, se tradujeron en un creciente deterioro de la imagen del partido”.

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Por supuesto que el PRI ha tenido muchos errores, y muy graves, que han mermado significativamente su imagen y que deberá trabajar en resolver. Pero hoy es justo decir que es el PRI el que carga el lastre de un gobierno soberbio y lejano, del cual Meade fue jugador central.

Hoy, es más grande la cruz que carga el partido por este gobierno de no priistas, que la que carga el candidato por el partido que lo postuló y que le abrió la posibilidad de cumplir su anhelado sueño de competir por la Presidencia de la República.

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