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OPINIÓN: Por qué el PRI no votará por Meade

Los constantes embates desde el Gobierno Federal durante este sexenio al PRI le están pasando factura a la campaña presidencial, apunta Don Porfirio Salinas.
lun 18 junio 2018 10:06 AM
José Antonio Meade
Por el voto José Antonio Meade no ha logrado entender que al PRI no se le puede imponer y esperar apoyo automático de sus “bases” y “estructuras”, opina Don Porfirio Salinas.

Nota del editor: Don Porfirio Salinas es híbrido de política, iniciativa privada y escenario internacional. Priista orgulloso de “el valor de nuestra estirpe” (Beatriz Paredes dixit); y antagónico al régimen actual, contrario a esta estirpe. Convencido de la política como instrumento de construcción de país, desde cualquier trinchera. Las opiniones expresadas en esta columna son exclusivas del autor.

(ADNPolítico) – A menos de un mes de la elección, José Antonio Meade sigue sin despuntar, e incluso pierde terreno. En el mejor de los casos, ronda el 20% de intención de voto; es decir, menos del porcentaje histórico más bajo del PRI en 2006, que fue de 23%. Esto evidencia algo que, para muchos, era previsible desde antes de arrancar el proceso: Meade no logrará ni el voto mínimo del PRI.

La respuesta más fácil del por qué es que los constantes embates desde el Gobierno Federal durante este sexenio al PRI le están pasando factura a la campaña presidencial. Aunado a un enojo del priismo con el presidente Peña Nieto, por lo que muchos priistas ven como una traición sin precedentes al partido que lo llevó al Poder.

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Pero poco se habla de las razones por las que el priismo, más allá del evidente y fundado enojo con el presidente Peña Nieto, no se siente representado por el candidato presidencial. Razones que corresponden más a actitudes, faltas y errores del propio Meade. Decir que el distanciamiento se da sólo por ser un candidato “ciudadano” es simplificar demasiado las cosas.

A pesar de haber tenido la habilidad política de sobrevivir en las más altas esferas durante dos sexenios, y de tener un padre que conoce bien al PRI, y que se ha codeado por décadas con altos jerarcas partidistas, Meade no ha logrado entender que al PRI no se le puede imponer y esperar apoyo automático de sus “bases” y “estructuras”.

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Meade ha cometido serios errores, tal vez sin darse cuenta, desde hace varios años en su relación con el PRI, incluso desde sus posiciones en el gabinete. Pero también carga una herencia que poco le ayuda, al ser visto como el producto del hombre más odiado en el partido: Luis Videgaray. Herencia que no solo no niega, sino que ha llevado con orgullo.

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Por ejemplo, como titular de Sedesol, le tocó atravesar los procesos electorales locales de 2016. Desde 2015, el PRI vivía una racha de pérdidas importantes a nivel local por la mala imagen de los excesos de Peña Nieto y su grupo, por lo que 2016 era un año clave. Meade decidió seguir la línea de su mentor y amigo, operando de manera importante desde Sedesol para candidatos no priistas, en parte por una cruzada personal de ese mentor contra el entonces presidente nacional del PRI, Manlio Fabio Beltrones. Esto fue una afrenta abierta a un priismo ya lastimado y dividido.

Como titular de la SHCP, Meade tuvo dos importantes quiebres con el priismo. Primero con el famoso gasolinazo. En esos difíciles momentos de malestar social, Meade se reunió con los Diputados Federales y Senadores del PRI para explicarles los incrementos, y darles elementos de “defensa”. Ante el justificado malestar de los legisladores, Meade de manera soberbia les exigió defender al presidente, y les reclamó por no absorber el costo político de una medida que les era ajena, derivada de una Reforma Energética que ya mucho había costado al PRI. De la reunión con Diputados, muchos se salieron en un acto de molestia y rebeldía.

nullUn segundo episodio fue al imponer a Paloma Merodio en el INEGI. En un intento tal vez por demostrar su poder, impulsó a una persona que claramente no cumplía el perfil, debilitando la institucionalidad del INEGI y provocando la ira de sectores académicos y especializados. Se obligó a los senadores del PRI a apoyar a toda costa el nombramiento, a pesar del alto costo político. En varios momentos casi se provocó un quiebre al interior del Senado, pero toda la cargada de Hacienda ayudó a “negociar” el voto. Esto no dejó buen sabor de boca entre los Senadores del PRI.

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Cuando Meade resulta ungido como el delfín del presidente (o de Videgaray), después de un desgastante proceso de reforma interna del PRI para hacer posible su candidatura, no supo o no quiso entender el mensaje que buscaba el partido, que era muy parecido a lo que la sociedad misma quería escuchar. Optó por un discurso de pleno respaldo al gobierno, y de continuidad con el “legado” de Peña; un discurso evasivo ante los cínicos niveles de exceso y corrupción. Asumió que el PRI se “cuadraría” por tradición, y que no los necesitaba, pues él iba por la ciudadanía. Grave error no haber entendido que tanto la ciudadanía como el priismo buscaban un quiebre total con Peña.

Una vez oficializado como aspirante a la candidatura, le da otra estocada al priismo al nombrar a personajes impresentables como encargados de su campaña. Decidió soltarle las riendas a Aurelio Nuño, a quien el priismo nunca ha visto como suyo por ser de ese grupo que tanto se esforzó en destruir al partido. Y para colmo, sumó personajes tan controversiales públicamente como detestados en el PRI, como Javier Lozano y Alejandra Sota, cercanos a Calderón, enemigo acérrimo del priismo.

Sorprende de Meade que, conociendo bien la cultura priista, y teniendo tanto a su padre como a José Ramón Martell, un experimentado operador político y electoral priista, decidiera enfrentarse al priismo. Sorprende, sobre todo, que no entendiera que no tenía la menor posibilidad de ser competitivo sin el voto priista. El partido puede tener un serio problema de imagen, pero en gran medida es derivado de los errores y excesos del grupo Peña-Videgaray, muchos de ellos ni siquiera priistas. La mejor manera de convocar al priismo era precisamente desmarcándose de ese régimen.

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Se dio cuenta demasiado tarde, nombrando en marzo a destacados priistas como Coordinadores de Campaña en las cinco circunscripciones. Nuevamente, una decisión que pudo ser atinada, fue vista como un desaire más al priismo. Ante la clara crisis de su campaña presidencial, en lugar de un verdadero cambio de timón, decide nombrar a pesos pesados del priismo como Beatriz Paredes o Manlio Fabio Beltrones en roles “de segunda”. Una acción más cosmética que de fondo.

En lugar de escuchar y darle relevancia a estos personajes, prestigiados dentro y fuera del partido, escogió la línea de Videgaray, Nuño, Ochoa e incluso de su propio equipo de confianza, equipo poco conocedor de política y elecciones, además de soberbios y lejanos al PRI, culpando incluso al priismo de la consolidada tendencia decreciente de su campaña en todas las encuestas.

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Hace algunas semanas se decidió nombrar a René Juárez, destacado priista, en la presidencia nacional del PRI, sustituyendo a Ochoa por sus malos manejos políticos en el partido. La decisión, que claramente no fue hecha por Meade, se lee más como un intento desesperado por minimizar las evidentes pérdidas que se vienen a nivel local y en el Congreso Federal , que por un verdadero “relanzamiento” de la campaña presidencial.

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Hoy, Meade y sus cercanos se placean con chalecos rojos, pensando que así recuperarán al priismo. Muy poco y muy tarde. Dejó ir su oportunidad.

Consulta más información sobre este y otros temas en el canal Voces

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