Aunque sí tiene que ver con el enojo y las amenazas de Trump, pues en esta ciudad —al igual que en los 3,000 kilómetros de frontera común— los reclamos del presidente republicano hicieron que 10,000 efectivos de seguridad se apostaran en los cruces hacia Estados Unidos para reforzar la seguridad y frenar el cruce de fentanilo y migrantes, a los que el magnate ha convertido en los enemigos de su país.
El resultado: largas filas y una espera de horas para cruzar por alguno de los tres puentes internacionales que hay en este punto que une a Reynosa con Hidalgo, Texas.
“Aquí en espera de que chequen hasta los niveles de aceite”, dice un meme que se comparte por WhatsApp entre los habitantes de esta ciudad, junto con la foto de un auto con las puertas abiertas -incluido el cofre-, mientras es revisado por tres elementos de la Guardia Nacional y detrás de ellos, la fila que luce interminable.
Son horas y horas de filas para revisar si traes algo sospechoso, pero son pérdidas para la gente porque del lado mexicano no encuentra nada y ya ha pasado que del lado de Estados Unidos, sí encuentran alguna droga”.
Lety Hervert.
“Solo en vacaciones de Navidad me había hecho tanto”, advierte Hervert, quien desde hace 16 años va y viene por estos cruces fronterizos.
Hervert tiene su negocio de aduanas en Reynosa, pero vive en Mission, Texas, un condado que en buena medida se ha formado por mexicanos con posibilidades de cambiar de residencia empujados por la violencia e inseguridad que se vive por dos grupos criminales que hoy ya son considerados como “terroristas” por el gobierno de Estados Unidos: el cártel del Golfo y del Noreste.
La mujer explica el empantanamiento del cruce fronterizo a un factor: el gobierno mexicano no tiene ni los elementos suficientes ni la infraestructura y tampoco la tecnología necesaria para frenar el tráfico de droga hacia Estados Unidos.
“Ni perros tienen”, sentencia.
En el puente Internacional “Benito Juárez”, Cruz Ortiz prefirió pagar 50 centavos de dólar para cruzar a México caminando y no hacer seis horas de regreso en auto a McAllen, Texas, como le han contado que sucede en los últimos días.
“No, no me quise traer mi camioneta, el problema es el regreso con los retenes”, dice Cruz mientras jala un carrito de mandado que trae repleto de cosas de EU.
De los aranceles no habla, todavía no hay efectos que la hagan hablar mal. “Ese señor (Trump) está protegiendo a su país, pero la verdad nos molesta más la tardanza en cruzar la frontera de regreso”, dice Cruz, quien hace 30 años vive en Estados Unidos.
La vida en esta ciudad sigue hoy su curso. A las 4:30 de la mañana la gente comienza a cruzar para llegar a la escuela, al trabajo o a su cita con el médico de un lado o de otro.
El encargado de la Casa de Cambio “Atenas”, que está a una cuadra del Puente Internacional, atiende a sus clientes como siempre: “Yo no he visto cambio alguno, la gente sigue con su vida y va a seguir pasando de un lado a otro y necesita hacer cambios de moneda. Yo no lo he resentido”, asegura el encargado, quien junto a otros locatarios del centro, dice que les urge más que terminen las obras municipales que tienen su calle cerrada.