Desde que llegó a Reynosa hace algunos días, Andrea* no ha podido dormir en paz. “El miedo de que le pase algo a mi hija de seis años no me deja pegar los ojos”, explica esta joven mujer hondureña. Su preocupación no es infundada. Ambas están viviendo a las afueras de Senda de Vida, uno de los albergues para personas migrantes que existen en Reynosa, ciudad del noreste de México, fronteriza con Estados Unidos.
Protegidas apenas por una carpa de dos metros cuadrados en medio de un lote baldío repleto de escombros y desechos, Andrea y su hija están expuestas a las inclemencias del clima y a distintas situaciones de violencia en una de las ciudades más peligrosas del país. “Además, los pocos ahorros que traíamos nos ha tocado gastarlos en la compra de comida y agua para beber. No sabemos qué vamos a hacer cuando se nos acabe el dinero”, dice Andrea.