Una dolorosa ofrenda
A lo alto del empinado monte, que ofrece una vista panorámica de la capital mexicana, otros cientos de personas que también habían portado sus pesadas cruces a cuestas esperaban la llegada del Mesías.
"Quiero liberarme de varios cargos que tengo de culpa, eso me hizo venir", explicó un extasiado Roberto Reyes, primerizo en esta tradición y quien, junto a tres miembros de su familia, cargó una cruz de un centenar de kilos.
Uno de sus acompañantes, Brandon Yavel, es algo más experimentado: a sus 14 años, este es el octavo que realiza la extenuante ascensión.
"Se nos hizo pesado, pero es la tradición familiar. La Semana Santa, la tradición, Dios... es bonito subir con la cruz", subrayó.
Una escenificación realista
Bajo las tres grandes cruces que coronaban el monte fueron llegando poco a poco los diferentes protagonistas: primero los soldados, seguidos los ladrones que también serían crucificados, los apóstoles o la Virgen María y María Magdalena, quienes no cesarán de llorar hasta bien acabada de representación.
Impulsado por una corriente de viento, que levantó una nube de polvo, caminó un Uriel encarnado en Jesucristo, sangrado y con varias partes del cuerpo en carne viva, hasta caer rendido a pocos metros de lo alto del cerro.
Una vez en lo alto de la cruz, jadeando y con el hilo de voz que le quedaba tras el esfuerzo, logró decir: "Perdónales, padre mío, porque no saben lo que hacen".
Fieles al relato bíblico, los soldados romanos reían y seguían golpeando a Uriel con una lanza, impasivos ante su cara de sufrimiento.
Uno de sus compañeros de crucifixión tuvo que ser bajado antes de hora, aturdido y magullado, y fue atendido por los servicios sanitarios.
Jesús, ya "muerto", fue retirado de la cruz mientras sonaba una canción celestial. Cuando acabó, tan solo se logró escuchar el llanto inconsolable de la Virgen y María Magdalena.