Nuestras abuelas no votaron en su juventud, nuestras madres jamás imaginaron la boleta de sus primeras elecciones con dos mujeres compitiendo por la silla presidencial. Nosotras y nuestras hijas veremos a la primera. Todavía hace un año parecía difícil, pero aquí estamos en la víspera de la elección más grande de nuestra historia ante este inédito panorama.
Gafas violetas a las urnas
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Era 1953 cuando se promulgó el decreto de ley que permitía a las mujeres votar y ser votadas en México para luego, en 1955, participar por primera vez en elecciones federales. Desde entonces, el voto femenino ha sido un importante —aunque lento— generador de cambios.
La participación electoral no solo se refiere al derecho al voto, sino también al derecho a presentarse como candidatas. Como afirma ONU Mujeres, debido a los roles tradicionales de género, en ciertas comunidades se aleja a las mujeres de la participación en la vida política al estereotiparlas como incapaces de la toma de decisiones y dudar de su habilidad para liderar. Y si pertenecen a la comunidad LGBTIQ+, la discriminación se acrecienta y el rechazo a que ocupen un puesto de poder es mayor.
Este 2024 es la primera vez en la historia en que las elecciones presidenciales cuentan con dos candidatas, pero los récords no se romperán solo en ese sentido. Hay algo de lo que pocas veces hablamos y hoy es más relevante que nunca: la asistencia de las mujeres a las urnas.
Según la Red de Conocimientos Electorales, la desigualdad de género y la discriminación han tenido un impacto negativo en la participación de las mujeres en las votaciones. Si bien representan más del 50% de la población total, una parte de ellas carecen de autonomía para sus decisiones políticas.
Algunos datos de muestra: 21% de las mujeres pide permiso a su pareja o algún familiar para participar en actividades comunitarias y a casi el 8% no la dejan decidir por quién votar. Muchas no cuentan con el nivel educativo necesario para comprender cómo funciona el proceso, considerando que su proporción de analfabetismo funcional es casi dos puntos porcentuales mayor que en hombres. Y otro 15.8% enfrenta la barrera del lenguaje al hablar únicamente una lengua indígena. Es información del INE.
Aun así, de los 99 millones 84,188 personas inscritas en la lista nominal de 2024, 51 millones 399,566 somos mujeres; es decir, representaremos el 51.9% de los electores, de acuerdo con el organismo encabezado por otra mujer, Guadalupe Taddei. Y puede ser que también marquemos hitos en esta elección.
Ya en la Jornada Electoral de 2018, demostramos ser las más participativas, pues de acuerdo a los cómputos, el 66.2% de las mujeres votamos y solo 58.1% de los hombres. Las yucatecas fueron las más participativas, con casi 8 de cada 10, y en Sonora se registró el peor resultado, con la mitad.
Según el estudio “Del sufragio a la representación”, las mujeres tienen preferencia por las políticas sociales y redistributivas, lo que ayuda a reducir la brecha tradicional de género. En un contexto en el cual siete de cada 10 mexicanas han sufrido al menos un incidente de violencia de género, según la más reciente edición de la Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares 2021, es indispensable analizar las propuestas de las candidaturas locales y federales para combatir esa crisis. Y nadie puede hacerlo de manera más sentida que quienes la padecen: las mujeres.
Si en todo el país salimos este 2024 a votar como lo hicieron las yucatecas en 2018, romperemos récord de participación y contribuiremos a definir una sociedad que avance hacia la igualdad sustantiva, a mayor velocidad. ¡Pongámosle gafas violetas a este 2 de junio!
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Nota del editor: María Elena Esparza Guevara fundó y preside Ola Violeta A.C. Es Doctoranda en Historia del Pensamiento por la UP, Maestra en Desarrollo Humano por la Ibero y egresada del Programa de Liderazgo de Mujeres en la Universidad de Oxford, Inglaterra. X: @MaElenaEsparza . Las opiniones publicadas en esta columna corresponden exclusivamente a la autora.