Como cada 12 años, en 2024, México y Estados Unidos (EU) celebran elecciones presidenciales el mismo año. Los votos que se emitan determinarán el tono de la relación bilateral y de la región para la próxima generación. El futuro de ambos países nunca ha dependido más el uno del otro; nuestras cadenas de suministro económico, nuestro capital humano y financiero, y nuestra cultura compartida, están cada vez más entrelazados.
#ColumnaInvitada | México y EU. La oportunidad de cada 12 años
Hoy en día sería difícil encontrar un coche en EU que no haya sido fabricado con piezas, componentes o mano de obra procedentes de México. El mercado hispano de Estados Unidos supera los 2 trillones de dólares -la décima parte del PIB de EU-, los tacos se han hecho más populares en los menús que la pizza, y las remesas de los emigrantes a México superan en un 65.8% el importe de la Inversión Extranjera Directa (IED) en México. La sustitución de la mano de obra estadounidense por envejecimiento depende cada vez más de los trabajadores mexicanos. En resumen, nos guste o no, estamos atrapados el uno con el otro y está funcionando bastante bien, sin mucho apoyo de la mayoría de los políticos de ambos lados.
A medida que EU y México entran en una nueva era de relaciones, está claro que el mayor obstáculo al que se enfrentan es político. Durante mucho tiempo la relación se ha impregnado de un profundo sentimiento de malestar y desconfianza. Años de demagogia por ambas partes han perpetuado esta situación, en la que cada parte culpa a la otra de problemas en los que están inextricablemente unidos.
Por supuesto, algunos actores políticos tienen un profundo conocimiento de las complejidades y matices de nuestra relación bilateral y realizan una labor heroica para mantener un diálogo funcional entre los dos países. Pero, con demasiada frecuencia, los políticos de ambas partes se apoyan en una retórica divisoria y alarmista para ganar elecciones. La crítica dura es esencial para todo tipo de relaciones y es la piedra angular de una democracia y una nación soberana. Pero la retórica política para obtener beneficios no lo es.
Debemos superar este marco político estrecho y desconfiado y empezar a apoyar a las empresas y a los gobiernos basados en la sociedad civil para encontrar soluciones a nuestros acuciantes problemas.
El actual tráfico de drogas ejemplifica estas complicadas interconexiones binacionales. Las drogas que cruzan la frontera desde México -especialmente el fentanilo- contribuyen al aumento de las adicciones en EU. Las propiedades del fentanilo están disparando el consumo en EU, aumentando el tráfico y la violencia. Esta situación se agrava por las armas que cruzan la frontera desde territorio estadounidense.
Otro ejemplo es el flujo no regulado de inmigrantes que provoca el caos en la región y en la frontera, exacerbado por la corrupción, la pobreza y la falta de oportunidades y por la incapacidad de Estados Unidos para reformar sus políticas de inmigración y su propensión a señalar con el dedo a los políticos.
Tampoco pretendamos que alguno de los dos países pueda hacer frente por sí solo a los retos mundiales de hoy. Sin la cooperación entre México y EU, y otros países de la región, no tenemos ninguna posibilidad de ganar la lucha contra el autoritarismo. Las modificaciones geopolíticas han llegado para quedarse y la relocalización no es una tendencia, sino un cambio estructural y permanente. Una amenaza existencial aún mayor a la que nos enfrentamos a escala regional y mundial es el cambio climático. Los efectos y la devastación de la sequía, las inundaciones y el aumento del nivel del mar no tienen fronteras ni puntos de control. El calentamiento global nos afecta a todos, y sólo juntos podremos alterar el rumbo que llevamos y salvar esta buena Tierra para las generaciones venideras.
No vamos a cambiar fundamentalmente 200 años de una compleja historia bilateral compartida lamentándonos y atacándonos unos a otros, pero si juntos logramos un cambio, haremos maravillas para el futuro de la región. Nadie sabe con certeza quién será el próximo presidente de ninguno de los dos países, pero lo que sí sabemos es que tenemos una oportunidad para, en lugar de un reseteo, asegurar una economía mutuamente ventajosa y próspera.
No esperemos otros 12 años a tener la oportunidad de cambiar nuestra conversación como vecinos sino, por el contrario, trabajemos juntos ahora para construir un futuro común para todos nosotros. La verdadera cuestión no es si podemos hacerlo, sino con qué rapidez podemos ponernos de acuerdo para, por fin, actuar como buenos y eficientes vecinos en beneficio mutuo.
Nota del editor: Ivan Zapien es analista político y socio de la firma Hogan Lovells en Washington, D.C., y ha sido asesor de congresistas de EU. Síguelo en LinkedIn y/o en Twitter . Las opiniones publicadas en esta columna corresponden exclusivamente al autor.