Ciertamente las acciones de solidaridad con la población ucraniana son loables, éticamente incuestionables, pero con una vida posiblemente breve por varias razones:
1) el tiempo y la cantidad de personas que llegan y llegarán en los siguientes meses, lo que va a retar a un sistema migratorio comunitario débil y con serios problemas de armonización;
2) el peso que pueda cargar algún país de la UE y que genere reclamos por una distribución desequilibrada de migrantes en detrimento de los países fronterizos, por ejemplo Polonia, pero en especial Rumania, país que ha mostrado durante años gran antipatía con las migraciones que pasan por sus fronteras;
3) la propia caducidad de la solidaridad social de los europeos comunitarios, que verán durante meses e incluso años, el arribo de poblaciones ucranianas, lo que podría generar tensiones, especialmente si su bienestar social no se sostiene; y
4) que este bienestar inestable de los europeos comunitarios, se constituya en una veta de los partidos políticos de extrema derecha, quienes buscarían fortalecer sus bases de apoyo identificando como el nuevo blanco de su cruzada a las poblaciones ucranianas inmigradas.
La Europa comunitaria tiene una nueva oportunidad de repensar su política migratoria. El tratado de Ámsterdam prometió una política migratoria para 2004 y 18 años después sigue sin consolidarse. Esta debilidad es la que puede generar costos indeseables a pesar de sus promesas de solidaridad con las poblaciones ucranianas.
Nota del editor: Javier Urbano Reyes es profesor e investigador en el Departamento de Estudios Internacionales (DE) de la Universidad Iberoamericana (UIA), académico de la Maestría en Estudios sobre Migración del DEI-UIA. Escríbele a javier.urbano@ibero.mx Las opiniones publicadas en esta columna pertenecen exclusivamente al autor.