La claridad y contundencia del argumento para votar por la oposición no parece estar haciendo mella, por lo menos hasta el momento, en la distribución de las preferencias. Eso no significa que sea un mal argumento (de hecho, a mí sí me convence, pero a fin de cuentas esa es solo mi opinión). Significa, en todo caso, que no está logrando apelar a las mentes, a los corazones o a los estómagos de un número suficiente de votantes como para que la elección se vuelva realmente competitiva. En otras palabras, es un argumento al que le sobran certezas pero le está faltando capacidad de convencimiento.
¿Por qué?
Una respuesta quizá esté en el grupo “no respuesta”. ¿Cuántos de esos electores habrán apoyado la causa lopezobradorista en 2018, no quieren refrendarle su apoyo ahora en 2021 pero tampoco están dispuestos a darle su voto al “PRIAN” ni a desperdiciarlo en alguno de los partidos menores?
No es difícil imaginar la tribulación que quizá están viviendo en su fuero interno ese tipo de votantes, incluso si uno no está de acuerdo con ella. Probablemente están decepcionados de la presidencia de López Obrador, pero no se arrepienten de haber creído en la necesidad de un cambio. Les gustaría, sin embargo, expresar su descontento, aunque no a costa de traicionar la imagen que tienen de sí mismos, es decir, de votar por los partidos que para ellos solo representan “el pasado”.