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#ColumnaInvitada | La política exterior y de defensa en Estados Unidos

Nos encontramos en un momento histórico: el del fracaso de la guerra contra el terrorismo, el cual no solo no se erradicó, sino que se fortaleció.
dom 12 septiembre 2021 11:59 PM
Sin arrepentimientos
Joe Biden en defensa de su salida de Afganistán.

En el marco del vigésimo aniversario del lamentable atentado terrorista contra las torres gemelas en el World Trade Center en Nueva York también se desarrolla en paralelo el final de la guerra contra el terrorismo en Afganistán, una guerra fundamentada en aquel trágico suceso del 11 de septiembre de 2001.

Dos décadas después nos encontramos en un momento histórico, el del fracaso de la guerra contra el terrorismo. Ahora Estados Unidos y el mundo se enfrentan a un escenario en donde el extremismo islámico en Medio Oriente no solo no se erradicó, sino que se fortaleció. Por si fuera poco, a su lista de amenazas a la seguridad nacional se suma la presencia de otras potencias como China, quien sin reserva se ha afianzado en todos los sectores y regiones amenazando directamente el liderazgo global estadounidense.

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Ante este escenario es relevante analizar la política contraterrorismo en Estados Unidos y qué se puede esperar en los años por venir, no solo en materia de seguridad si no también en materia de política exterior.

Hace 20 años el presidente George W. Bush declaraba la guerra contra el terrorismo derivado del ataque orquestado por la organización al-Qaeda la cual apoyaba al régimen Talibán en Afganistán. Y así como en tiempos anteriores Estados Unidos ha ubicado en la Unión Soviética o en las dictaduras latinoamericanas a su enemigo en el exterior, esta vez ubicaba al terrorismo. En sus palabras “Nuestra guerra contra el terror inicia con al-Qaeda, pero no termina ahí. No terminará hasta que cada grupo terrorista de alcance global haya sido encontrado, detenido y derrotado”. Desde ese momento Bush adelantaba que sería una guerra larga y costosa.

Sin embargo, mientras se cumple el vigésimo aniversario del atentando, la guerra contra el terror ha fracasado. Más gente ha sido radicalizada, existen nuevas organizaciones terroristas y el Talibán pareciera estar más fuerte que nunca, listo para retomar su lugar en Afganistán, abriendo así la puerta a otras potencias para llenar el vacío de poder que Estados Unidos deja en esta retirada.

No obstante, este resultado sí se esperaba. En el balance previo a la salida de las tropas estadounidenses provisto al presidente Biden se proyectaba un avance gradual del Talibán en un periodo de 2 a 3 años, lo que no se esperaba era un avance en cuestión de meses. Lamentablemente para Estados Unidos, este golpe llega en un momento en que el terrorismo descendía en su lista de amenazas primordiales para la seguridad nacional.

La Estrategia de Defensa Nacional publicada en 2018 establece que ahora el objetivo es disuadir a las grandes potencias como Rusia y China, dejando de lado al terrorismo como principal enemigo exterior para inaugurar como nueva amenaza a la competencia estratégica interestatal (“Inter-state strategic competition”). Lo anterior sin duda contempla la erosión de la ventaja competitiva militar estadounidense pero no se limita a un análisis del poder duro (“hard power”) sino que va más allá de esto.

Aun como candidato, Biden escribía para Foreign Affairs sobre cómo rescataría a la política exterior estadounidense posterior a la administración Trump. En este texto mencionó a China 15 veces, a Rusia 7 y a la estrategia contraterrorismo 1 vez. Sobre esta última exponía la relevancia de mantener el enfoque en materia, pero separándose de “conflictos imposibles de ganar que drenan nuestra capacidad de liderar en otros aspectos que requieren nuestra atención”.

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En contraste, en las 15 veces en que menciona a China enlista estos ‘otros aspectos’; China como represor, violador de derechos humanos y creador de desinformación; como competencia en la creación de una política global económica pero que favorece prácticas abusivas y desiguales; como rival en el desarrollo de energías limpias, computación cuántica, inteligencia artificial y en la carrera por la cura contra el cáncer; como líder del comercio internacional promoviendo su modelo político e invirtiendo en las tecnologías del futuro; adueñándose de la propiedad intelectual de creadores estadounidenses; como el emisor de carbono más grande del mundo, financiando proyectos basados en combustible fósiles, particularmente la Iniciativa Franja y Ruta. Es decir, como su rival en cualquier aspecto en que Estados Unidos se reconocía como líder mundial.

Ante esto ya existían voces críticas a nivel doméstico desde ambos partidos políticos quienes buscaban redirigir la capacidad de una política contraterrorismo hacia enfrentar la competencia con otras potencias, particularmente China. Sin embargo, ahora la administración Biden se encuentra en una encrucijada pues si bien siempre fue transparente en su intención de terminar la guerra en Afganistán el resultado obtenido fue el peor posible. Es decir, perdió la pequeña ventana de transición para redirigir su estrategia de defensa.

Previo a la retirada en Afganistán, los expertos observaban que los esfuerzos contra ambas amenazas podrían no ser excluyentes sino más bien reforzarse mutuamente a través de despliegues militares, menores en tamaño, inversión y riesgo siempre acompañados de sus aliados, en aquellas ubicaciones claves para la estrategia contraterrorista. Lo anterior favoreciendo y apoyando el despliegue de otras estrategias de poder blando y no al revés; transitando del poder duro al poder inteligente (“smart power”) (característico de Obama) centrado en la diplomacia, el comercio, la cooperación internacional y la difusión de los valores estadounidenses.

Otro punto clave sería enfocarse en apoyar a construir capacidades contraterroristas civiles en aquellos países que puedan necesitarlo, como es el caso del continente africano en donde la presencia terrorista ha sido crítica y va en aumento. Esto con el propósito de disuadir a las organizaciones que se afianzan en el territorio, pero también para evitar generar vacíos de poder que fácilmente podrían ser llenados por China o Rusia.

A nivel doméstico, se sugiere redirigir estratégicamente el presupuesto destinado exclusivamente a los esfuerzos militares contraterrorismo hacia la inteligencia y la identificación de amenazas en el horizonte a través de atajar la radicalización, detener el financiamiento, así como censurar y obstaculizar el uso de internet a las organizaciones terroristas acompañado de una modernización e innovación para la comunidad de inteligencia en la lucha contra los nuevos retos en materia. Particularmente cuando la legitimidad del uso de la fuerza militar ha sido cortada de tajo y cuando su financiamiento (y pareciera que hasta su implementación en primer lugar) carece de sentido.

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En conclusión, si bien la política contraterrorismo ya no es primordial sí continúa siendo clave dentro de la estrategia de defensa nacional y política exterior estadounidense. Particularmente cuando la nueva amenaza a la seguridad nacional encarnada en China se perfila a llenar el vacío de poder en Afganistán y a reconocer al Talibán como líder del país persa.

De igual forma, hay que considerar que el terrorismo, sus organizaciones y expresiones siguen latentes y que, si bien en discurso se ha eliminado como tema primordial, el esfuerzo y las capacidades en materia deben continuar para evitar nuevas tragedias como la de aquel 11 de septiembre de 2001. No solo en Estados Unidos u occidente si no en el mismo oriente en donde ya se han registrado atentados como el de las inmediaciones del aeropuerto de Kabul en donde vidas afganas y estadounidenses se han perdido.

En este sentido, priorizar un enfoque centrado en inteligencia y estrategia puede beneficiar y reforzar los esfuerzos para recuperar la ventaja competitiva y liderazgo frente al poderío de las potencias mundiales así como recuperar su presencia en las principales decisiones que están formando las dinámicas de poder internacionales y tal vez, en un futuro no muy lejano neutralizar o porque no, terminar con las organizaciones terroristas que continúan cobrando libertades, derechos y vidas alrededor del mundo.

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Nota del editor: La autora es consultora de negocios en Ernst&Young; internacionalista y maestra en negocios internacionales por la UDLAP. Sus temas de interés son conflictos internacionales, relación bilateral Mexico-Estados Unidos y estudio de las grandes potencias.

Las opiniones de este artículo son responsabilidad única de la autora.

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