En contraste, en las 15 veces en que menciona a China enlista estos ‘otros aspectos’; China como represor, violador de derechos humanos y creador de desinformación; como competencia en la creación de una política global económica pero que favorece prácticas abusivas y desiguales; como rival en el desarrollo de energías limpias, computación cuántica, inteligencia artificial y en la carrera por la cura contra el cáncer; como líder del comercio internacional promoviendo su modelo político e invirtiendo en las tecnologías del futuro; adueñándose de la propiedad intelectual de creadores estadounidenses; como el emisor de carbono más grande del mundo, financiando proyectos basados en combustible fósiles, particularmente la Iniciativa Franja y Ruta. Es decir, como su rival en cualquier aspecto en que Estados Unidos se reconocía como líder mundial.
Ante esto ya existían voces críticas a nivel doméstico desde ambos partidos políticos quienes buscaban redirigir la capacidad de una política contraterrorismo hacia enfrentar la competencia con otras potencias, particularmente China. Sin embargo, ahora la administración Biden se encuentra en una encrucijada pues si bien siempre fue transparente en su intención de terminar la guerra en Afganistán el resultado obtenido fue el peor posible. Es decir, perdió la pequeña ventana de transición para redirigir su estrategia de defensa.
Previo a la retirada en Afganistán, los expertos observaban que los esfuerzos contra ambas amenazas podrían no ser excluyentes sino más bien reforzarse mutuamente a través de despliegues militares, menores en tamaño, inversión y riesgo siempre acompañados de sus aliados, en aquellas ubicaciones claves para la estrategia contraterrorista. Lo anterior favoreciendo y apoyando el despliegue de otras estrategias de poder blando y no al revés; transitando del poder duro al poder inteligente (“smart power”) (característico de Obama) centrado en la diplomacia, el comercio, la cooperación internacional y la difusión de los valores estadounidenses.
Otro punto clave sería enfocarse en apoyar a construir capacidades contraterroristas civiles en aquellos países que puedan necesitarlo, como es el caso del continente africano en donde la presencia terrorista ha sido crítica y va en aumento. Esto con el propósito de disuadir a las organizaciones que se afianzan en el territorio, pero también para evitar generar vacíos de poder que fácilmente podrían ser llenados por China o Rusia.
A nivel doméstico, se sugiere redirigir estratégicamente el presupuesto destinado exclusivamente a los esfuerzos militares contraterrorismo hacia la inteligencia y la identificación de amenazas en el horizonte a través de atajar la radicalización, detener el financiamiento, así como censurar y obstaculizar el uso de internet a las organizaciones terroristas acompañado de una modernización e innovación para la comunidad de inteligencia en la lucha contra los nuevos retos en materia. Particularmente cuando la legitimidad del uso de la fuerza militar ha sido cortada de tajo y cuando su financiamiento (y pareciera que hasta su implementación en primer lugar) carece de sentido.