La imagen dio la vuelta al mundo casi de inmediato: en el Golfo de México, sacudiendo la marea con furia, una erupción de fuego. Emblemático de la crueldad con la que el ser humano depreda su planeta, el incendio en los mares mexicanos dio pie a un sinfín de mensajes indignados en redes sociales. Desde la ambientalista Greta Thunberg hasta el senador estadounidense Bernie Sanders, cientos de voces de relevancia mundial lamentaron, y con toda razón, el accidente.
#LaEstampa | El ducto de Pemex
“Este es el mundo que nos están dejando”, dijo Thunberg. “Por favor, no me digan que acabar con nuestra dependencia de los hidrocarburos es una idea radical. ¡Esto es lo radical!”, agregó Sanders. Otros, como el alcalde Nueva York, Bill de Blasio, equivocaron el blanco de la queja. De Blasio culpó a “la avaricia corporativa” de lo que a todas luces fue un accidente en instalaciones de una empresa del Estado mexicano. Algo parecido hizo la congresista demócrata Alexandria Ocasio-Cortez, que aprovechó para criticar a los “legisladores que se reúnen a cenar con cabilderos de Exxon”.
Al final, sin embargo, la falta de precisión crítica es lo de menos. Y no es que no importe. Lo que ocurre es que, en el fondo, la indignación generalizada tiene un argumento en común: el accidente en las instalaciones de Pemex revela, de forma particularmente dramática, no solo nuestra voracidad sino la fecha de caducidad que, nos guste o no, se aproxima.
La era del petróleo ha comenzado su declive. Lo sabe la industria automotriz, por ejemplo. Lo saben países que han dependido casi enteramente de los hidrocarburos, como Arabia Saudita. Y lo saben porque la conclusión es inevitable. Las llamas en el agua del Golfo son solo un recordatorio. Los países que no lo entiendan a tiempo estarán cometiendo un acto de obstinación autolesiva que tendrán que pagar, más temprano que tarde.
Que el accidente haya ocurrido en instalaciones de Petróleos Mexicanos, la empresa agonizante que está en el centro de un irresponsable proyecto de nostalgia estatista del presidente López Obrador, es mucho más que simbólico. En esa furia dantesca parecía leerse una advertencia: todavía es tiempo de corregir. Llegará el día en que sea demasiado tarde.
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