El momento de pintar conciencias

¿Por qué no pintamos también las paredes para protestar contra el abuso hacia migrantes, personas trans o periodistas asesinados?, pregunta Eladio González luego de las protestas del viernes pasado.

En este texto, no van a encontrar una valoración de los daños al espacio público de la Ciudad de México, tras las protestas el pasado viernes de varios colectivos feministas. Tampoco pretendo ahondar en el drama que representa la violencia incontrolada e impune hacia las mujeres en este país. Ésta es una reflexión sobre los medios para manifestar la gravedad de una tema que, por cotidiano que sea, se nos olvida.

Todos debemos estar con las mujeres, pensemos lo que pensemos sobre lo sucedido durante los disturbios, o como quieran llamarlos. La empatía que merecen su rabia, su miedo, su impotencia, su desesperación ante el abuso, la violación y la muerte de tantas, debería impulsarnos a actuar, a todos, y no a ser meros espectadores y opinadores.

No es solo culpa de gobiernos, ni de instituciones, ni de medios de comunicación, la pasividad ante esta situación es cosa de todos, como sociedad. Y, sí, como sociedad, muchas veces nos importa más la pared manchada, el embotellamiento de tráfico, la alteración de nuestra rutina, que el mal ajeno, por cruel que sea.

Así que, puestos a ensuciar, ¿por qué no pintamos también las paredes para protestar contra el abuso indiscriminado hacia los migrantes – mujeres, hombres y niños– que atraviesan el país ? ¿Por qué no rompemos vitrinas para señalar las muertes y violaciones que sufren las personas trans ? ¿Por qué no echamos diamantina sobre los periodistas, para recordar a aquellos que fueron asesinados por ejercer su profesión? O, mejor aún, que lo hagan ellos mismos, con nuestra solidaridad. Ellos también merecen empatía, indignación y ríos de tinta. Sus vidas también cuentan.

Lamentablemente, estamos demasiado lejos de permitir que eso suceda. Es cierto que una pared no vale lo mismo que una vida perdida, que una pintada puede ser el testimonio de una muerte, y que una pared pintada dura sólo unas horas. Pintar paredes puede que no sirva de nada. Pero lo importante es lo poco que tardamos todos en repintar nuestra conciencia. Seguro que muchos sienten que la suya ya está impoluta, del mismo color del que quieren ver las paredes.

Somos cínicos al pensar que lo que sucedió el viernes sólo apela a la inactividad o incapacidad del gobierno o de los cuerpos policiales ante la violencia endémica que sufren las mujeres en México. Las víctimas son nuestras, esos cadáveres que ignoramos para no sentirnos perturbados por su fealdad. No miramos, porque no queremos ver. Y no queremos ver, porque entonces no podríamos quedarnos de brazos cruzados.

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Ojalá que en la próxima marcha podamos participar todos, como sociedad; que sintamos el mismo miedo, impotencia y desesperación que todas aquellas personas que sufren abusos. Ojalá lo hagamos con la cara descubierta y de frente a las cámaras. Pero eso sólo sucederá cuando decidamos ver el problema de frente, con nuestros propios ojos, desde una realidad diferente.

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Nota del editor: Eladio González es el editor general print de la revista Expansión. Las opiniones de este artículo son responsabilidad única del autor.