¿Ganarle a Trump o derrotar al trumpismo?

Joe Biden encarna la esperanza de recuperar cierta “normalidad” tras la disrupción provocada por Trump, sobre las batallas que tiene que librar escribe Carlos Bravo Regidor.
Biden es el favorito de muchos demócratas, pero para otros su pragmatismo es criticable.

Joe Biden arrancó muy arriba en las encuestas. Desde principios de año, no sólo es el precandidato presidencial

entre los simpatizantes del Partido Demócrata sino, además, el que sale mejor evaluado en los contra Donald Trump entre todo el electorado.

¿Por qué? Por ser un

de la política estadounidense; por su trayectoria como un líder ; por ser el favorito entre los , que son los que suelen votar más; y por su como hombre blanco originario de una pequeña ciudad de clase media trabajadora muy venida a menos (Scranton, Pennsylvania). Esto último parece crucial en tanto que podría contribuir a de la región del Rustbelt (cinturón de óxido), históricamente demócrata pero que en 2016 se inclinó por Trump y volcó el colegio electoral a su favor.

En el contexto de la elección del 2020, Biden encarna la esperanza de recuperar cierta “normalidad” tras la disrupción provocada por Trump, de reconstruir un espacio para el votante medio que contrarreste la política de la polarización, de ir a la segura y no arriesgar con caras nuevas o propuestas poco ortodoxas.

Biden, en suma, es el favorito de los demócratas cuya prioridad es ganarle a Trump incluso a costa de transigir con el trumpismo; es decir, postulando a alguien que pueda resultar atractivo para quienes votaron por Trump. Entiéndase, sin eufemismos, lo que eso significa: no una mujer; no alguien homosexual; no una persona de ascendencia africana, latina, árabe o asiática; ni tampoco una figura con ideas abiertamente socialistas.

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Ese “pragmatismo” pro-Biden, sin embargo, no le cuadra a

más jóvenes, más liberales, con mayores niveles de escolaridad o pertenecientes a minorías étnicas.

Se trata de un grupo diverso, que no constituye una mayoría franca dentro del partido, aunque en términos demográficos represente su

, en términos mediáticos o de sea muy visible, y en términos ideológicos sea su principal fuente de renovación tras el colapso de ese consenso que Nancy Fraser denominó .

Para estos otros demócratas, cuyo precandidato favorito es Bernie Sanders, seguido de Elizabeth Warren, la prioridad no es solo contar con un candidato competitivo. Es convertir su partido en una alternativa de izquierda que se atreva a decir su nombre y a reconocerse como tal, con plataforma y base social propias, capaz de derrotar al trumpismo sin tener que transigir con él.

El dilema, escoger a un candidato centrista que le gane a Trump o transformarse en un nuevo partido popular-progresista que derrote al trumpismo, no se solucionará fácil ni rápidamente. No es una decisión que tome una persona o un grupo de notables.

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Además, hay muchos otros precandidatos (Kamala Harris, Peter Buttigieg, Beto O’Rourke, Cory Booker, Amy Klobuchar o Julian Castro) que podrían cambiar la ecuación o dar una sorpresa. En todo caso, será un proceso lento, colectivo, azaroso, que se irá resolviendo sobre la marcha de los debates, los caucuses (asambleas) y las elecciones primarias en los estados, hasta desembocar en la Convención Nacional Demócrata de julio del 2020.

Es improbable que el partido se fracture o que el ala que pierda le escatime su apoyo al candidato que logre la nominación. Los centristas podrán ser mayoría, pero el futuro del partido está en los jóvenes y las minorías que quieren un partido más a la izquierda. Esos jóvenes y minorías, no obstante, no tienen ninguna posibilidad de ganar sin los centristas.

La forma como unos y otros resuelvan el dilema definirá la identidad del partido demócrata tras la era de Clinton y Obama. Ojalá que también sea una era post-trumpismo y post-Trump.

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Nota del editor: Las opiniones de este artículo son responsabilidad única del autor.