Las mexicanas hermanadas en la búsqueda de sus desaparecidos
*El autor es el responsable de la comunicación para América Latina del Comité Internacional de la Cruz Roja
Chilpancingo, Guerrero (ADNPolítico) - Madres, amigas, compañeras ¿hermanas? Guadalupe y Olga son todo eso y mucho más, son dos madres que buscan a sus hijos desaparecidos desde hace años en el estado de Guerrero, uno de los más pobres y violentos de México.
Ambas pertenecen a la asociación civil Familiares de Desaparecidos y Asesinados en Chilpancingo, Guerrero. Guadalupe preside el comité que acompaña a más de un centenar de familias en busca de sus seres queridos en la capital del estado.
Olga juega otro rol en la asociación. Nadie se lo ha asignado pero ella lo ha asumido asistiendo desde hace años a reuniones con familiares de personas desaparecidas que han ido tocando a la puerta de la asociación. En esas citas Olga es una más, una voluntaria difícil de distinguir de las demás personas. Junto a ellas, las escucha, sujeta sus manos y les mira a los ojos. Otras veces las abraza, las acaricia y por encima de todo, las entiende.
Tantos años de búsqueda de un hijo desaparecido le ha enseñado a esta mujer a entender a esas esposas, madres, mujeres, padres o esposos. Sabe que cada caso es distinto, único, a pesar de que desde 2007 a enero de este año 1,688 personas han desaparecido en Guerrero, de acuerdo con datos del Registro Nacional de Datos de Personas Extraviadas o Desaparecidas (RNPED).
Confiesa que cerca de otras personas que buscan a un ser querido va a estar siempre y está dispuesta a seguir a su lado toda la vida.
“Las compañeras, las hermanas con la misma pena nos seguimos abrazando con la misma fuerza nos levantamos y nos damos ese apoyo, esa fortaleza, y decimos: 'adelante, hasta encontrarlos’", añade Olga.
Doña Lupita, sin miedo a exigir justicia
Chilpancingo de los Bravo es una ciudad de 270.000 habitantes enclavada entre dos colinas. Ver un atardecer desde cualquiera de ellas es tranquilizador para quien la visite pero la ciudad lleva años padeciendo altos niveles de violencia.
María Guadalupe Rodríguez es madre de Josué, un licenciado en derecho que a punto de titularse, el 4 de junio de 2014 fue llevado por tres personas armadas no identificadas. Su hogar es humilde, está rodeado de viviendas a medio construir en el occidente de la ciudad. Está en una cuesta, como buena parte de la ciudad, como la vida de esta mujer de 59 años que se revela contra cualquier instancia o persona que se niegue a apoyar a las familias que buscan a un ser querido.
“Con la desaparición de mi hijo me cambió el proyecto de vida que tenía. Quería estudiar una maestría, prepararme más, no cuidar hijos ni nietos. Pero todo se fue al traste “de un día para otro”, expresa Lupita.
Se doctoró en hacer que las autoridades rindan cuentas, en exigirles que den resultados a cientos de familias que buscan a sus allegados, en ayudarles a organizarse y a tener una voz única. A menudo hasta les presta la voz y les anima a que no tengan miedo, a que sigan buscando, a que no les olviden…
“Me costó, lo que no tiene idea, concientizar a la gente, hablarles, preguntarles cómo están, en qué les puedo servir, (en decir que ) hay que unirnos, porque solamente unidos vamos a ser la fuerza. El Estado no nos escucha individualmente, pero ya juntos tenemos que tener una voz más fuerte”, agrega la líder de colectivo.
Lupita presta la cochera para las reuniones de la ONG que encabeza: “No tenemos ningún apoyo de nadie: con nuestro dinero nos movemos, viajamos (…). Gracias a Dios estamos logrando que nos escuchen las autoridades y, poco a poquito, vamos logrando metas que nos propusimos”, añade firme.
No tiene dudas de que es Dios quien la acompaña y la sostiene. Confiesa que es difícil no ver más a Josué y jugar ahora el papel de madre de los tres nietos que le dejó, que conviven con ella, su esposo y su nuera. ¿De dónde saca tanta fuerza?, se le pregunta. Contesta sin dudar.
“Mis padres me enseñaron a trabajar, a ganarme la vida desde niña, y a saber que con la lucha conquistas lo que necesitas. ¿Qué necesitaba de niña? Alimentos, útiles para la escuela, y todo me lo ganaba. Y eso me hizo sentir que podía lograr y hacer muchas cosas”.
Por delante, tiene la labor de guiar al colectivo de familias, de cuidar que cada paso sea el correcto, exigiendo, conciliando, alzando la voz, acariciando, abrazando, poniéndose en huelga de hambre… lo que haga falta. Ella lo resume de este modo: “Uno de los objetivos más grandes (que tengo) es encontrar a mi hijo y a todos los desaparecidos de mi colectivo. Y además, a que se les haga justicia a los caídos, a los desplazados y a los secuestrados, porque todos estamos en un colectivo: todos somos víctimas”, señala.
—¿Hasta dónde irías para buscar a tu hijo?—
—Yo iría hasta donde Dios me lo permita. Si yo tengo que ir con los criminales por mi hijo, lo hago, lo hago. No hay barreras para mí. Mi hijo es parte de mi vida, me arrancaron el corazón cuando se lo llevaron y soy capaz como madre, de buscarlo hasta el fin del mundo. No tengo barreras, y lo sabe el mundo. No tengo miedo y tengo mucho valor para enfrentar a quien sea, aun con las amenazas que me han hecho, con los intentos de ‘levantarme—, añade con la voz rasgada.
Olga, la virtud de entender el dolor ajeno
El 25 de marzo de 2015 desconocidos se llevaron a José Rafael, de 19 años, de la camioneta en la que trabajaba. Apenas había comenzado a trabajar y varias personas se lo llevaron.
Olga, de 42 años, y su esposo Rafael lo están buscando desde entonces, han recorrido laberintos legales, caminos, cerros y barrios de la ciudad, sentido recelo de gente que creían cercana y en el momento crucial de sus vidas los ignoró.
“Mi hijo no era un delincuente, ni un niño malo, no. Le gustaba echarse una copa, ir a bailar (…) Uno se da cuenta, no hay maldad, y con él no la había”, explica Olga.
Su hogar está más vacío sin su hijo pero es el lugar donde Olga sueña con que cualquier día vuelva. Un árbol en la calle que José Rafael adornaba cada año en las fiestas de Navidad sigue arrancando una sonrisa de Olga:
“Este (árbol) es mi hijo. Él siempre se la pasaba ahí”, recuerda.
Con todo, la ausencia no ha arrasado con todo en casa de Olga y Rafael.
“Tengo todavía esperanza de que él regrese. A veces me desanimo…Tengo la esperanza pero también me dio el ánimo, la fuerza de decir ‘Dios mío, entrégamelo como sea’. Quizás ya me estoy preparando pero es muy difícil”, agrega.
Antes para ella era normal levantarse, poner música, cantar, reír con los vecinos. Sin embargo ahora siente menos entusiasmo. Su trabajo la lleva cada mañana a ocuparse de un comedor escolar.
“Siempre me he preguntado qué hice mal, qué fue lo que pasó. Y son preguntas que no tienen respuesta”, agrega.
Por su trabajo, está en contacto con otras personas pero admite que no quiere ni que la gente la mire. La sonrisa le vuelve al rostro al recordar cómo en un cumpleaños su hijo, “una de esas personas como yo, que no expresa mucho”, la sacó a bailar delante de sus amigas y familiares.
Donde sí encuentra confort es precisamente en las reuniones que tiene con el colectivo de familias que buscan en Chilpancingo. Una vecina la refirió con ellos y, tras dudar un tiempo, se sumó al grupo.
“(La licenciada Lupita) me estrechó en sus brazos y me dijo ‘Bienvenida, Olga. Aquí nos vamos a dar ánimos para vivir y para buscar hasta encontrarlos’. Le dije ‘Gracias’, no tuve palabras para decirle más”, cuenta Olga.
Para ella tiene todo el sentido del mundo hablar de solidaridad y del profundo sentido que tiene que se sostengan unos miembros a otros, una de la principales razones de ser del comité.
“Una compañera dice que somos ‘Hermanos de dolor’ porque tenemos el mismo dolor (…) y somos las únicas personas que nos hemos adaptado y nos hemos entendido porque platicamos lo mismo. Ella llora, yo lloro, nos damos ánimo, agarramos nuevamente esa fuerza que necesitamos para seguir adelante contra todos”, detalla.
A pregunta expresa de hasta dónde llegaría para dar con José Rafael responde categórica: “hasta el fin del mundo”.
“Como todavía no sé qué ha pasado ni dónde está, yo digo ‘lo voy a encontrar’. Y lo voy a buscar donde sea, donde me digan yo voy, no me importa el tiempo ni la distancia”, sentencia Olga.