#Crónica La fiesta del PRI acabó antes de empezar: ciudadanos castigaron a Meade
La candidatura había fallado incluso antes de que la coalición Todos por México –PRI, PVEM, Panal– se la asignara a José Antonio Meade.
Hace seis años, Enrique Peña Nieto se mantenía como el favorito en las encuestas antes de que empezara la contienda; Meade luchó, sin éxito, por escalar en las mediciones durante toda la campaña.
En los primeros meses, el exsecretario de Hacienda se vendió como un ciudadano e intentó esconder la marca priista que lo estaba atando, pero no fue suficiente para sobreponerse al esperado voto de castigo.
Con el 1% del PREP, el cinco veces secretario de Estado se mantenía en la tercera posición. Él lo sabía y fue el primero en reconocer su derrota públicamente, secundado por el presidente nacional del PRI, René Juárez Cisneros.
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El abanderado del PRI compitió con el del Frente, Ricardo Anaya, con una actitud positiva en casi toda la campaña, que fue imposible mantener al final. El descrédito del partido, los escándalos de corrupción y el hartazgo de la sociedad con el partido en el gobierno ya había golpeado la campaña. De acuerdo con una encuesta de Reforma, el 47% de los mexicanos no votaría por el PRI.
Hacia el final, Meade apostó a la estructura del partido, pero tampoco fue suficiente. Con el cambio en la dirigencia, Meade se volvió otro priista sin ser parte de los más de 6 millones de afiliados, que brillaron por su ausencia en la sede del PRI al término de la jornada; sus luces no brillaron ni cuando su abanderado salió a reconocer que las "tendencias no les favorecían" .
Las horas de silencio
El optimismo de Meade en los primeros días de campaña se fue diluyendo. Era evidente en la sede nacional del PRI, al cerrar la mayoría de las casillas en el país; incluso desde las 4 de la tarde, cuando arribó al edificio de Insurgentes norte junto a su mano derecha y jefa de oficina, Vanessa Rubio.
Encerrados en el búnker del edificio Adolfo López Mateos estaban ya los coordinadores Aurelio Nuño, y los voceros Rubio y Eruviel Ávila. También el presidente del PRI, René Juárez, y la secretaria general, Claudia Ruiz Massieu, a quienes no se vio rondar por la sede.
Poco después de las 7 de la noche hubo movimiento en el cuarto de guerra. Ávila salió de la encerrona junto con José Manzur. En las afueras del edificio Adolfo López Mateos, hablaron entre ellos y por teléfono. El exgobernador del Estado de México sonrió e hizo señas a los medios de que 'al ratito hablaban'.
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Alrededor de las 7:20 se fueron cerrando una a una las persianas del salón donde estaba reunido el equipo. Poco después confirmaron que habría conferencia de prensa a las 20:00, tras publicarse las primeras encuestas de salida, ninguna favorable al tricolor.
En efecto, Meade y René Juárez salieron a reconocer que las tendencias no les favorecían y le desearon éxito a Andrés Manuel López Obrador, virtual candidato ganador de la contienda. Aunque días atrás, el abanderado de Todos por México había dicho que la historia juzgaría a quienes habilitaran a AMLO , esta noche le tendió la mano.
Las lágrimas tricolor
En el tricolor no hubo globos ni confeti, tampoco serpentinas. René Juárez había llamado al PRI a hacer una autocrítica y reflexionar sobre la razón por la que hoy no "merecían el respaldo ciudadano".
"En los próximos días convocaré a una profunda reflexión en nuestro partido", dijo el líder priista en una carpa habilitada como sala de prensa en el estacionamiento del CEN, pero que desde temprano lucía vacía y con poco movimiento.
Al final, el dirigente dijo que solo en Yucatán tenían la tendencia a su favor. Con esa victoria, el PRI gobernaría en 13 entidades del país, a cerca de 43% de la población mexicana. Para el partido aún no estaba todo perdido, pero tras las derrotas de 2015 y 2016 y con apenas un tercio de la votación que obtuvo Enrique Peña Nieto hace seis años, las lágrimas fueron inevitables.
La conferencia terminó antes de las 9 de la noche. Los priistas empezaron a salir de la sala de prensa entre abrazos y palabras de aliento. Los rostros de Mariana Benítez, Vanessa Rubio, incluso de Javier Lozano, Aurelio Nuño y del propio Meade, quienes decían que iban a remontar y a ganar, eran más bien caras largas.
Ni remontaron ni ganaron. No hubo fiesta. Los pocos militantes que estaban reunidos comenzaron a marcharse. Los técnicos comenzaron a desmontar el templete, la estructura y el escenario. Antes de apagar la luz, el logo de Meade y la imagen del PRI quedaron desolados, igual que un partido que después de recuperar el poder, volvió a decirle adiós.