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#Historias| Así lidian los extranjeros con la inseguridad en México

Cinco extranjeros que viven en la Ciudad de México relataron a ADNPolítico la manera en la que se han tenido que enfrentar con la inseguridad que se vive en el país.
dom 03 febrero 2019 07:00 AM
Extranjeros en México
Historias de inseguridad. De izquierda a derecha: Gutemberg Brito, Yoshiki Kawashita y Dagmara Wrzecionkowska.

CIUDAD DE MÉXICO (ADNPolítico).- Para miles de extranjeros, México es desde hace años su hogar. Y ellos, como todos los nativos y los naturalizados que viven aquí, han tenido que adaptarse a sus problemas, entre ellos la inseguridad, uno de los más graves.

ADNPolítico habló con cinco extranjeros que viven en la Ciudad de México. Estas son las historias que relataron sobre sus experiencias con esta problemática y la manera en la que han aprendido a lidiar con ella.

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Yoshiki Kawashita y Gutemberg Brito no se parecen en nada, pero tienen algo en común: a los dos los robaron recién llegaron a Ciudad de México.

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Yoshiki tiene 30 años, es serio, delgado, mide cerca de 1.70 metros, es acupunturista y viene de Fukuoka, una ciudad al sur de Japón. Gutemberg, por el contrario, tiene 45 años, es extrovertido, delgado pero fornido, mide más de 1.80 metros, es actor, director de teatro, bailarín y nació en Porto Seguro, una ciudad del estado de Bahía, al noreste de Brasil.

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Yoshiki tiene solo dos años viviendo en el país, vino por trabajo. Un amigo que se estableció tres años antes en México, fue quien lo invitó. Cuenta, con su español incipiente, que al poco tiempo de haber llegado aprendió una gran lección: “Entendí que aquí tengo que mantener las cosas cerca de mi cuerpo, no sacar el celular en la calle y no caminar solo, sobre todo en la noche”.

“Lo aprendí porque me robaron mi celular en el Metrobús. No me di cuenta cómo paso, cuando salí ya no lo traía. Simplemente me lo sacaron sin que me diera cuenta. Pero a mi amigo le fue peor, una vez fue a Tepito y una persona con una pistola le robó su celular y su dinero. Yo nunca he ido a Tepito, ni a otro lugar parecido, porque todos los mexicanos me dicen que esa zona es fea”, relata Yoshiki, quien tiene visa de trabajo.

Pero no sólo le ocurrió eso, al poco tiempo de establecerse en la ciudad, tuvo un encuentro no muy agradable con agentes de la policía: “Una vez me detuvieron en la calle para pedirme dinero. Iba caminado por la colonia Roma y la Zona Rosa, iba solo, y había tomado unas cervezas. Cuando me vieron me detuvieron y me pidieron dinero para dejarme ir. Un policía me pregunto: '¿Tienes dos mil pesos?'. Yo dije que no tenía. '¿Entonces tienes 500?'. Les dije que tampoco”.

Simplemente después de retenerlo por varios minutos sin conseguir nada, lo soltaron: “No di dinero, solo me dejaron ir. No me hicieron nada, pero sentí mucha inseguridad”.

Yoshiki comenta que es muy raro que esto mismo ocurra en Japón: “Allá puedes caminar en la noche solo. Muchas personas pueden dormir en la calle, en sus autos, cuando están borrachos y eso no importa, no roban nada, es seguro”.

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Gutemberg ya lleva 22 años en la capital de México, es residente permanente y es conocido por la interpretación que hizo de Río, un futbolista brasileño que aparece en la serie de Netflix Club de Cuervos. Cuenta que vino al país para ejercitar su español antes de partir hacia Barcelona para estudiar actuación, pero eso nunca ocurrió.

Al llegar a México viajó por el sureste durante dos meses en coche. ”Fue en Chiapas, en San Cristobal de las Casas, donde algo me dijo que ya no me iba a ir de aquí”, narra con un fluido español.

Después de esa “luna de miel”, se movió en autobús a Ciudad de México para presentar su examen de colocación en el Centro de Enseñanza Para Extranjeros (CEPE) de la UNAM. Llegó a la terminal de Tapo, pagó un boleto de taxi, se lo entregó al conductor y se subió con las maletas.

“Hasta ahí todo bien, pero después de que avanzamos como 200 metros, se paró y subió a alguien más al coche. Me pareció raro y traté de decírselo, pero mi español en ese momento todavía estaba en un 50%. Para ese momento yo había pasado muy poco tiempo en la Ciudad de México, apenas la iba a conocer, yo no sabía por donde me estaban llevando”, cuenta.

El tipo que se subió después, le pidió dinero. Gutemberg, entre su desconcierto, trató de explicarle que ya había pagado, y en este momento, de su abrigo, movió algo que parecía una pistola. Ahí fue cuando entendió que lo estaban asaltando. Les dio el dinero y, sin hacerle daño, lo llevaron a su destino.

“Salí del taxi con las piernas temblando, pensé que se iban a quedar con todas mis cosas, pero no, solo se llevaron el dinero, me dejaron ahí y se fueron”.

Este incidente le ocurrió en 1996, y después de ese ha habido otros más. Como una vez que tuvo que lanzarse de un taxi en movimiento: “¡Como McGiver!, porque me di cuenta de que el chofer me estaba llevando por un lugar a donde yo no quería y ya era muy noche, así que no tuve otra opción, tuve que hacerlo”.

A partir de esas y otras experiencias, Gutemberg ha aprendido a tomar ciertas precauciones, aunque también está consciente de que la delincuencia nos es privativa de nuestro país: “Acabo de estar en Río de Janeiro (Brasil) y todo el tiempo nos decían que no pasáramos por una calle porque nos iban a asaltar. ¡A mediodía! ¡Qué nos está pasando!”.

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Esa noche entraron a su departamento en la colonia Condesa por una pequeña ventana por la que, a simple vista, se pensaría que no cabe una persona. Se colaron y la despojaron de varias pertenencias mientras dormía, sin que se diera cuenta de nada.

Al otro día, cuando despertó, Adriana Butoi, una rumana de 41 años que es creadora escénica, descubrió con gran asombro que le habían robado algunas cosas, como electrónicos y otros objetos como ropa y zapatos.

“Está en el primer piso (el departamento), tuvieron que trepar por el edificio, hasta pensé: '¿Estos son alpinistas o qué?', y luego, ni una persona tan flaca como yo, de 50 kilos, puede caber, entonces suponemos que un niño, un jovencito, o un hombre muy chaparro y muy delgado fue quien entró”.

Pero eso no fue lo único que descubrió Adriana. Cuando buscó qué más había hecho esta persona mientras ella dormía con su novio en la recamara contigua a la estancia, descubrió algo en su balcón.

“Me dejó una mierda, como si fuera un sello, una firma. Eso fue lo que me resultó verdaderamente indignante”, cuenta.

Tras hacer la denuncia, un agente de la policía le dijo que, efectivamente, es una “firma” que suelen realizar algunos ladrones que se dedican al robo de casa habitación. Un distintivo que han encontrado en otros casos, quizá como una prueba para integrase a una banda, le dijeron.

“Esa es la cara descarada de la delincuencia, porque se tomó el tiempo para hacerlo aún sabiendo que había alguien ahí, que nosotros estábamos ahí a lado, porque era imposible que no supiera que estábamos en casa. Se trata de una pequeña violencia descarada, porque te quitan cosas pero no la vida, te quitan las cosas contigo ahí, en tu intimidad, en tu privacidad. Hubiera podido matarnos y no lo hizo”.

En su nueva casa, al sur de Ciudad de México, cuenta que ya lleva siete años viviendo en el país, y aunque aquel incidente fue muy duro de asimilar, está convencida de quedarse por acá por mucho tiempo más.

“No siento que esto me dejó un trauma, esto pasó en 2014 y aquí sigo en México, aquí estoy feliz, a gusto, pero ahora me cuido más, pongo más atención a mi alrededor, estoy alerta”.

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En 2017, seis ciudades mexicanas se ubicaron entre las 20 más violentas del mundo, de acuerdo con un informe del Consejo Ciudadano para la Seguridad Pública y Justicia Penal. En este listado, Los Cabos, en Baja California Sur, ocupa el deshonroso primer lugar, con una tasa de homicidios de 111.33 por cada 100 mil habitantes, cifra que supera al de otras ciudades a nivel mundial como Caracas, en Venezuela; Fortaleza, en Brasil; Cape Town, en Sudáfrica; y San Salvador, en El Salvador.

Las otras cinco ciudades que aparecen en el informe de la organización civil mexicana son Acapulco, que ocupa el tercer lugar; Tijuana, ubicada en el quinto; La Paz, en el sexto; Ciudad Victoria, en el octavo; Culiacán, en el 12; y Ciudad Juárez, en el 20.

De acuerdo con la Encuesta Nacional de Seguridad Pública Urbana (ENSU) del INEGI, realizada entre octubre y diciembre de 2018 en 67 ciudades (en realidad son 64, pero Ciudad de México se dividió en cuatro regiones: norte, sur, oriente y poniente) distribuidas en los 32 estados, el 73.7% de la población mayor de 18 años considera que, en términos de delincuencia, vivir en su ciudad es inseguro.

Datos del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SESNSP) refieren que 2018 ha sido el año más violento para México en cuanto al rubro de homicidios dolosos. El año pasado, hasta el 30 de noviembre, se realizaron en el país 26 mil 376 registros en carpetas de investigación por este delito, superando los 25 mil 36 homicidios dolosos reportados en 2017.

Como resultado de estos altos índices de violencia, diversos gobiernos extranjeros han incrementado sus alertas de viaje para evitar que sus ciudadanos visiten el país o para que extremen precauciones durante su estancia. Es el caso de Alemania, Estados Unidos, Canadá, Reino Unido, Francia y España que piden a sus ciudadanos extremar precauciones en ciertos lugares del país.

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Stephanie nació en Múnich, al sureste de Alemania, y vino acá por su esposo, un mexicano que conoció en Nueva York cuando trabajan juntos para un banco alemán en esa ciudad.

“Yo creo que la gente en Alemania piensa que vivir aquí es imposible por la delincuencia y la corrupción. Mis amigos me dicen: ‘¿Cómo puedes vivir en un país tan inseguro y tan peligroso?’. Y yo les digo que México es un país muy grande y que sí pasan cosas muy feas, pero que tampoco todo es malo”, explica Stephanie Schuster, quien cuenta con la residencia permanente.

Stephanie vive en México desde hace 13 años y en ese tiempo nunca ha sido víctima de la delincuencia.

“Nunca me han asaltado”, asegura, pero se lo atribuye a que evita exponerse a situaciones de riesgo: “Salgo poco por las noches. No tomo el transporto público, algunas veces sí lo tomé, pero ya no más. Cuando salgo a la calle me siento segura, pero tampoco voy a zonas que se consideran peligrosas. He ido a varios mercados, como el de Jamaica y a La Lagunilla. Al Centro he ido poco, pero cuando voy a esos lugares no voy sola, siempre con más gente que me acompaña, y voy durante el día, y uso tenis y jeans”.

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Dagmara Wrzecionkowska también tiene la residencia permanente. Ella es de Torun, una ciudad al norte de Polonia aunque ya lleva ocho años viviendo en México. Se estableció aquí porque la empresa para la que trabajaba en Suiza le ofreció un puesto en su sede de Ciudad de México. Ella aceptó y luego de tres años renunció para hacer un doctorado en la UNAM. Ahora es profesora en dos universidades y está realizando un posdoctorado.

Antes de venir, Dagmara realizó dos viajes previos que le ayudaron a tomar la decisión definitiva: “La primera vez fue por parte de mi trabajo y aquella vez la empresa me dio dos hojas de recomendaciones sobre qué hacer y qué no hacer. La empresa tiene un formato en donde te dan precauciones, porque si te mandan a un lugar a trabajar ellos se sienten responsables por tu seguridad, y eran del tipo de no caminar sola y no subir al transporte público, pero no seguí algunas de las recomendaciones, algo que no debí hacer, pero así es mi personalidad, soy aventurera, y por fortuna nunca tuve una mala experiencia”.

“Nunca (me han asaltado). Pero sí tomo mis precauciones. Cuando oscurece no salgo sola y cuando voy a un lugar para divertirme tampoco lo hago sola. Y eso es algo que me ha costado trabajo, porque en Polonia estaba acostumbrada a hacerlo, en Suiza también, y nunca tuve preocupaciones de que algo malo podría pasarme. ¡Claro!, también tomaba mis precauciones, pero nunca tuve esa sensación de inseguridad. Por eso aquí sí me siento un poco limitada”, cuenta.

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Adriana, Yoshiki, Gutemberg, Stephanie y Dagmara aseguran que viven felices en México. ¿Qué les gusta? La hospitalidad de la gente, dicen unos; la cultura, las bellezas naturales y el clima, dicen otros; el aguacate y la salsa verde, dice alguien más. ¿Qué no les gusta? La corrupción, la burocracia, la desigualdad social, que la gente no sea cumplida, que no les adviertan que una comida es muy picante —reclama Yoshiki— y la inseguridad, obviamente.

¿Piensan quedarse por más tiempo? Todos con seguridad dicen que sí o, por lo menos, “unos 10 o 20 años más sí, pero después de eso quiero regresar a mi país”, añade el acupunturista de Fukuoka. ¿Tienen deseos de naturalizarse? Gutemberg y Adriana sí lo están considerando. En el caso de Adriana porque quiere tener el derecho de opinar políticamente, de votar y participar en manifestaciones cívicas.

“Por ahora no tengo esos derechos. Y como soy un ser político, quiero participar. Aquí estoy, aquí sigo en este país, aportando para cambiar eso que está mal. ¿Se puede hacer el cambio sin mí? ¡Claro! Pero aquí estoy y quiero ayudar en lo que se pueda”.

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