Los gritos de desesperación y el llanto de las mujeres, a la afueras del centro migrante de Ciudad Juárez, Chihuahua, era estremecedor.
Una mujer venezolana le gritaba a su esposo, afuera de una ambulancia: “¡Negro, estoy aquí. Dios mío, Eduardo estoy aquí!”. El migrante había sido llevado al lugar donde murió, luego de una redada para que los migrantes no estuvieran en los cruceros de la ciudad fronteriza.
Al menos 39 varones fallecieron en el inmueble del Instituto Nacional de Migración , mientras que otros 29 resultaron heridos -17 de ellos en terapia intensiva- en el trágico evento.
Decenas de migrantes, en su mayoría de Centroamérica, Venezuela, Ecuador y Colombia han sido aprehendidos en las calles de la ciudad para ser llevados a un separo, antes de ser deportados a su país de origen.
Al enterarse de la fatídica noticia, muchos de los hombres detenidos decidieron hacer una protesta incendiando colchones, que luego provocaron un holocausto dantesco.
Testimonios dolorosos relatan que las puertas del lugar estaban cerradas y los custodios se negaron a ayudar inmediatamente a decenas de personas que se asfixiaban con el humo.
Los cuerpos de los fallecidos yacían enfilados en la oscura noche de la desgracia migrante. Un reflejo de una política fallida entre México y Estados Unidos, que se debe explicar.
Para los gobiernos que colindan con el país del norte, no es sorpresivo un evento tan caótico como el del pasado lunes.
Son meses en los que se ha pedido de forma intensiva la ayuda del gobierno federal ante la sobrepoblación histórica de personas que buscan cruzar a los Estados Unidos.
Para la gobernadora de Chihuahua, Maru Campos, está situación pudo haberse prevenido: "Tenemos meses, ustedes lo saben, tenemos meses pidiéndole a la Federación, incluso solicitando apoyo internacional y ayuda internacional sobre el tema migratorio".
Solo aquellos que conocen a los habitantes de las fronteras podrían conocer de primera mano la gran empatía que tienen por los migrantes.
Ciudades como Mexicali, Tijuana, Juárez, Reynosa, entre otras, son un ejemplo de civilidad y generosidad humana. La nobleza de la mayoría de estos ciudadanos con aquellas personas que buscan el “sueño americano” es tremenda. Quizá porque ya están acostumbrados a convivir con ellos y conocer directamente la condición en la que llegan; los tratos que tuvieron que recibir para lograr el tan anhelado brinco hacia la esperanza norteamericana. Porque en México se les trata muy mal cuando llegan. Condición que retrató el cantautor Juan Luis Guerra en su canción “Visa para un sueño”.
El meollo del asunto se encuentra en la posición del país frente a Estados Unidos. México buscaba convertirse en una especie de lobby para migrantes. Esperando que el país vecino recibiera y luego legalizara la estadía de los peregrinos con un asilo político. Pero desde que se realizó dicho acuerdo, los norteamericanos han cerrado por completo las puertas y nuestro país ahora tiene decenas de miles de personas procedentes de otros países viviendo en condición de calle.
Lo ocurrido en Juárez se trató de una bomba de tiempo que ya predecían algunos expertos. Solo en las calles de esa frontera habitan más de 10,000 extranjeros. Ante el reclamo del gobierno estatal, el presidente López Obrador ha tachado de “xenofóbicos y racistas” a quienes se molestan por criticar esta dura y novedosa realidad.
Pero no. No se trata de un tema ideológico, sino de sentido común; de ayuda humanitaria. Simplemente es imposible para cualquier ciudad recibir a miles de personas sin estar preparadas. Sin el apoyo suficiente de la secretaria de Bienestar, quien se encarga de este tema precisamente.
Por azares del destino, AMLO tenía agendada una visita a Ciudad Juárez este próximo viernes. De concretarse, será trascendental el mensaje que lance desde allá para la comunidad internacional, que sin duda presionará fuertemente por el infierno ocurrido en las instalaciones del gobierno mexicano.
Urge que se replantee por completo el tema con Estados Unidos desde una posición de tú a tú, sin temor ni complejidades.
Esta tragedia ha abierto los ojos de una situación que ya no se puede ni debe tolerar.
La realidad migrante no tiene colores de banderas o pasaportes. Se trata de una desgracia humana, que tiene que ver con la explotación, los desplazamientos, la concentración de la tierra, o el despojo de los medios de reproducción de la vida en distintas regiones del mundo.
Ken Salazar, el embajador de Estados Unidos, parece comprender que el problema va mucho más allá de una desgracia, para eso propone “componer un sistema de migración quebrado” que tienen ambos países.
El desastre ocurrido en Juárez debe ser un antes y un después para acabar de una vez por todas con el trato político y electoral que hacen ambos países con el sensible tema migrante.
¿O necesitaremos más calamidades y vidas perdidas de personas que solo añoran un mejor futuro?
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