Publicidad

Síguenos en nuestras redes sociales:

Publicidad

#ColumnaInvitada | Derechos de los buenos; derechos de los malos. El caso Bukele

El presidente salvadoreño reconoce que las y los delincuentes y presuntos delincuentes tienen derechos, pero considera que existen fines socialmente deseables que justifican su violación o suspensión.
lun 06 marzo 2023 06:00 AM
#ColumnaInvitada | Derechos de los buenos; derechos de los malos. El caso Bukele
Bukele pretende justificar las controversiales decisiones de su gobierno respecto al estado de excepción instaurado, las más de 60,000 detenciones y el traslado de más de 2,000 presuntos pandilleros al Centro de Confinamiento del Terrorismo, apunta Alejandra Spitalier.

“Nadie duda que los reos tienen derechos humanos. Pero creo que algo que no se ha hecho, y ningún procurador lo ha hecho antes -o por lo menos yo no recuerdo-, es haber defendido los derechos humanos de la gente honrada.”

“Generalmente defienden, como que todo el enfoque de derechos humanos internacional o de las ONG incluso, está enfocado en los derechos humanos de los delincuentes. Que tienen derechos. Nadie dice que los delincuentes no tienen derechos, pero ¿por qué el enfoque es siempre en los derechos de los delincuentes? Y de la gran mayoría de la gente honrada, a nadie le importan sus derechos.”

Publicidad

“En este país pasamos 30 años siendo acribillados, asesinados, renteados, violados, extorsionados, amenazados, viviendo en zozobra y nadie dijo nada.”

Así comienza el video de Nayib Bukele, presidente de El Salvador, en la plataforma de Tiktok, el cual ya tiene más de 20 millones de reproducciones y más de dos millones de “likes”. Con dichas afirmaciones, Bukele pretende justificar las controversiales decisiones de su gobierno respecto al estado de excepción instaurado, las más de 60,000 detenciones y el traslado de más de 2,000 presuntos pandilleros al Centro de Confinamiento del Terrorismo.

El año pasado, después de un fin de semana violento en El Salvador, la Asamblea Legislativa de dicho país, por solicitud de su presidente, aprobó un decreto de estado de excepción por 30 días –que ha sido prorrogado por más de seis meses- con el cual se suspendieron diversos derechos de las personas ciudadanas, tales como libertad de asociación; inviolabilidad de comunicaciones; derecho a ser debidamente informado de los motivos de arresto; y, derecho a tener un abogado.

La comunidad internacional no ha visto con buenos ojos estas políticas. Organismos como el Comité contra la Tortura de Naciones Unidas, Amnistía Internacional y Human Rights Watch han sido contundentes en señalar que esta presunta campaña de pacificación ha generado violaciones, violencia indiscriminada e incluso desapariciones forzadas en territorio salvadoreño.

Ahora bien, las posturas de Bukele parecen tener como justificación central que los derechos humanos son una cuestión disponible para alcanzar ciertos fines sociales. El presidente de El Salvador reconoce que las y los delincuentes y presuntos delincuentes tienen derechos, pero considera que existen fines socialmente deseables que justifican su violación o suspensión. Para él, la falta de seguridad en la vida de la gente “honrada” es suficiente para distinguir entre los derechos de los buenos y los derechos de los malos.

Desde ahí, el presidente asume que su aparato gubernamental tiene la atribución y capacidad para señalar con claridad qué personas encuadran en cada lado de la balanza, sin necesidad de un juicio, un debido proceso y, en su caso, una sentencia emitida por el órgano jurisdiccional competente.

Esto tiene consecuencias muy graves en la estigmatización de ciertos sectores de la población que se encuentran en situación de vulnerabilidad; con muchos ejemplos podemos afirmar que la historia universal ha demostrado que las personas más afectadas con medidas tan radicales son las personas en situación de pobreza.

Una de las razones fundamentales para decidir formar una comunidad reside justamente en el aseguramiento de que viviremos con seguridad; que nosotros y nuestros bienes estaremos protegidos de intromisiones ilegales. Los tratados internacionales, los textos constitucionales y demás cuerpos normativos son claros en señalar ese deber estatal de brindar seguridad a las personas ciudadanas, previendo así tanto cuerpos policiales y militares, como sanciones para castigar las infracciones a esta necesidad de seguridad.

Publicidad

En un plano ideal, estos deberes normativos deberían transformarse en tasas de incidencia delictiva muy bajas; sin embargo, en realidad esto no es así. Estamos medianamente acostumbrados a vivir con un porcentaje importante de delitos que se cometen a diario.

Me parece que este es el punto ante el cual se rinde Bukele como justificación para su actuar. Para él, la gran cantidad de delitos diarios en contra de la población salvadoreña ubican al gobierno en un punto de inflexión. A su juicio, estas cifras ya no resultaban tolerables y no permitían al Estado brindar las mínimas condiciones de seguridad necesarias para continuar con normalidad.

No podemos negar que existe un gran porcentaje de personas salvadoreñas que concuerdan con el presidente; así lo hacen notar algunas de las encuestas más recientes que se han realizado al respecto.

Incluso no podemos obviar que existen posturas doctrinales que defienden la postura del presidente salvadoreño. Una vertiente radical del comunitarismo podría coincidir en que los derechos fundamentales no pueden ser una limitante para construir una sociedad digna. Para ellos, los derechos fundamentales de las personas adquieren vigencia únicamente cuando los entendemos en un momento posterior al establecimiento y aseguramiento del correcto funcionamiento de la sociedad.

Considero que sería un error pasar por alto el gran porcentaje de concordancia con la visión de Bukele. Sobre todo, cuando podemos percatarnos que no se trata exclusivamente de un fenómeno local. Distintos movimientos radicales de derecha toman cada vez más fuerte y amenazan con la instauración de sistemas similares para combatir la delincuencia.

Lo curioso, entre otros puntos, es que estos mismos grupos no suponen que podrían estar del otro lado de la balanza. Ellos, como nadie, son el enemigo de su propia historia. ¿Pero qué ocurriría si se merman sus libertades y sus derechos? ¿Continuarían avalando posicionamientos tan radicales? O simplemente son grupos minoritarios que nunca han estado en desventaja y no conciben si quiera la posibilidad de su vulnerabilidad. Estoy segura que si estos grupos se ven disminuidos en algo que estimen que les corresponden, marcaran un límite fuerte; simplemente por eso, porque ellos sí pueden.

Publicidad

Ante dichos escenarios, nos corresponde defender el respeto y garantía de los derechos fundamentales de todas las personas como base ineludible de cualquier democracia constitucional. La batalla no está ganada y pensar que estos discursos anti derechos no tienen la fuerza suficiente para imponerse a nivel global, puede ser nuestro más grave error.

La violación de un derecho no se repara con la violación de otros cuantos.

_________________

Nota del editor: Alejandra Spitalier es Coordinadora de la ponencia del ministro Arturo Zaldívar. Siguela en Twitter . Las opiniones publicadas en esta columna corresponden exclusivamente a la autora.

MGID Recomienda

Newsletter

Los hechos que a la sociedad mexicana nos interesan.

Publicidad

Publicidad