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Los sofismas en torno a la corrupción y su combate

Hoy que desde tribunas influyentes se nos invita a descalificar “sofismas” quizá sea bueno tomar la palabra y descalificar aquellos “argumentos” que efectivamente califican como sofismas.
mar 03 noviembre 2020 06:20 AM
Combate a la corrupción
Existen múltiples creencias de cómo combatir la corrupción; muchas de ellas falsas.

Una mirada al diccionario nos clarifica que los sofismas son argumentos falsos o engañosos que bajo el disfraz una lógica truqueada, pretenden disuadir al interlocutor o a las audiencias a quienes se dirige. El sofisma por lo tanto pretende inducir al error de una manera dolosa; sin embargo, a veces, la carencia de habilidades críticas del pensamiento puede llevar al sofista en turno a que termine creyéndose su propia mentira. Incluso, siempre hay un riesgo que un sofista crédulo conduzca aún más convincentemente a su “rebaño” al error y, a veces, al despeñadero.

Ahora bien, cualquier argumento digno de tal nombre merece y debe ser cuestionado siempre, el no hacerlo troca los paradigmas (formas de interpretar el mundo) en “para-dogmas”, artículos de fe, que no pueden ser cuestionados so pena de aislamiento o persecución de los creyentes, o más bien, de los crédulos.

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En los tiempos que corren en el mundo, expresiones tan desafortunadas como: “no tengo pruebas, pero tampoco tengo dudas”, nos hablan de una invitación malsana para darle vacaciones al criterio y aceptemos, sin más, las opiniones como criterios de verdad. Hoy que desde tribunas influyentes se nos invita a descalificar “sofismas” quizá sea bueno tomar la palabra y descalificar aquellos “argumentos” que efectivamente califican como sofismas, específicamente en el caso de la corrupción y su combate.

Acabar con la corrupción

Con un score de 87 sobre 100, Nueva Zelanda (NZ) califica en los términos del índice de Transparencia Internacional como el país menos corrupto de los analizados. Aun si NZ pudiera reelegir a la gran Jacinda Ardem por los próximos 50 años, ese numero jamás escalaría a 100. La corrupción NO puede exterminarse por completo, la meta es que ésta no se vuelva la “moneda” de uso común mas importante de nuestras sociedades, y deje de marcar el ámbito público y privado. Generalmente la promesa de acabar con la corrupción la esgrimen ofertas políticas que se venden como las únicas capaces de hacer lo imposible. Evidentemente, ambas premisas son falsas.

La corrupción se puede combatir de manera fácil, rápida y barata

Un problema tan complejo como lo es la corrupción no puede abatirse por decreto, aclamación, declaración, ni en un periodo breve; afirmar lo contrario es mentir. La corrupción es una enfermedad crónica con la que se debe aprender a vivir teniendo la disposición de modificar radicalmente hábitos de vida y tomar medicinas dolorosas y amargas. Para evitar que mate nuestra vida cívica debemos monitorear debidamente la corrupción y contralarla mejor aún; esto conlleva costos que no importa cuan altos nunca lo serán tanto como el costo de desentenderse del problema o afirmar que ya se acabó.

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Los mexicanos somos esencial y culturalmente corruptos

Esta falacia además de insultante es frágil. A pesar de que desde hace tiempo sabemos que ciertas sociedades son más permisivas que otras, el estudio comparado de la corrupción nos muestra que la percepción sobre lo que es o no corrupto varía entre países, así como la respectiva recriminación social sobre estas conductas anómalas. Pero la variación mas importante es la diferencia entre aquellos países con instituciones fuertes y estado de derecho solidos y aquellos otros en los que vivimos la mayoría de la población.

La corrupción como un asunto fundamentalmente moral

Otro grave sofisma secuestra la discusión seria sobre corrupción y la lleva a los peligrosos parajes de la moralidad, degenerando al tiempo en moralina. Aunque funcionarios, ciudadanos y empresarios con valores claros y principios inconmovibles son la columna vertebral de sociedades civilizadas, resulta evidente que las prácticas corruptas obedecen a un balance entre incentivos, oportunidad e impunidad; alterar ese balance permite combatir eficazmente la corrupción, esa a la que los rosarios moralinos no le hacen ni cosquillas.

Más de opinión:

Píos vs impíos

Este sofisma se asocia cercanamente con el anterior, puesto que, habiéndose establecido la corrupción como un problema moral, solo falta que el moralista en turno asigne un criterio presuntamente inflexible para señalar a los impíos corruptores; por otra parte, los pios, o aquellos señalados como tales por el dedo flamígero y veleidoso del inquisidor, no necesitan encontrar el perdón porque ni siquiera han cometido pecado, aunque la conducta fuera la misma. Parafraseando a Sartre: “el infierno son los otros”, aunque cabe decir que el último conjunto en el que podría inscribirse este filosofo es entre los moralinos.

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Solo los ricos se corrompen

El dinero es intrínsecamente malo, por lo que nadie que lo haya obtenido puede encontrarse libre de sospecha de su origen, por ello la pobreza, la mera apariencia de la misma, o su mera evocación, hablan de almas puras que son inmunes a la corrupción. Como diría el mismo diablo en boca de Al Pacino: “Ah, la vanidad, mi pecado favorito”.

La corrupción como coartada

Si asumimos que la corrupción es absolutamente lo peor que puede pasar, toda alternativa, no importa lo dolorosa o contraproducente, es preferible. Este sofisma permite emplear el combate a la corrupción como una excusa para desmontar programas e instituciones o combatir adversarios políticos. Esto no solamente es técnicamente indefendible sino profundamente deshonesto y la deshonestidad no es sino la antesala que comparten tres infames puertas: la corrupción, el engaño y el crimen.
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Nota del editor: el autor es politólogo, integrante del Comité de Participación Ciudadana del Sistema Nacional Anticorrupción.

Las opiniones de este artículo son responsabilidad única del autor.

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