De este obligado alto en el camino que nos ha venido a imponer un virus de 80 milmillonésimas de metro, habremos de sacar muchas lecciones para la construcción de un nuevo sistema mundial de desarrollo incluyente y sustentable.
Entre ellas, está la de atender de manera seria, comprometida y eficaz el cambio climático y evidenciar su enorme capacidad de daño a nuestra vida, entorno, economía, finanzas y a la sociedad en su conjunto.
En general, el sector financiero ha visto de lejos esta corriente verde a la que le preocupa y ocupa el cambio climático y propugna por algo que pareciera contraintuitivo en la lógica de las ganancias de corto plazo: el ganar menos dinero o invertirlo –perderlo inclusive– por un bien superior: disminuir las emisiones de carbono, evitar el calentamiento global y con ello, preservar nuestro medio ambiente.
Este enero, vi el programa Planeta Calleja, donde la presidenta del banco Santander, Ana Botín, es llevada un par de días a Groenlandia para observar de primera mano los estragos del cambio climático en la forma de derretimiento de glaciares, aumento de la temperatura, incremento de las aguas, entre otros. Acaba concluyendo que hay que pasar de la preocupación a la acción y, como buena financiera, lo primero que piensa es en cómo propiciar que más recursos se destinen a estos propósitos.
Hace algunos meses participé en un foro de Chatham House, donde un grupo internacional de expertos en clima y en finanzas públicas discutimos cómo poder visibilizar más y mejor, desde la óptica financiera, el cambio climático y actuar en consecuencia.
Usualmente se ha tratado de dos mundos paralelos que no siempre se han interceptado de manera virtuosa y productiva. Por un lado, los preocupados por la economía verde y la sustentabilidad; y, por otro, el mundo financiero cuyo fin es maximizar los rendimientos y generar ganancias.
Pero lo que se está perdiendo de vista es que una crisis climática –catástrofe verde o “cisne verde” como lo ha llamado el Banco de Pagos Internacionales– es un evento perfectamente posible, perfectamente previsible y cada vez más probable (contradiciendo la tesis misma del cisne negro que se refiere a sucesos prácticamente imposibles de acontecer), y que, como vino la pandemia actual a hacerlo, puede poner nuestro mundo al revés, incluido el financiero, no se diga el de la salud, la seguridad y la integridad de todos.
Es por ello que el mundo financiero necesita reconocer la existencia de este reto global y consensuar medidas para disminuir sus posibilidades de ocurrencia, revertirlo y desde luego no descartar estar preparados para un “choque climático”.
Los modelos de análisis financiero tienen ya que incorporar variables ambientales para definir riesgos; las autoridades financieras y ambientales tienen que tener foros conjuntos permanentes de diálogo y toma de decisiones; los reguladores nacionales, regionales y globales tienen que fomentar mediante fuertes e incluso drásticos incentivos para priorizar la inversión verde por encima de la café, y privilegiar el capital que va dirigido a la producción y el consumo sustentables, las energías limpias, la economía circular y en general, a la armonización entre el desarrollo económico y la preservación medio ambiente.
Otro tema prioritario sobre el cual el Covid y sus secuelas deben hacernos reflexionar más, pero sobre todo, actuar ya.
Es necesario ver inversiones más limpias y eficientes en vez ineficaces y contaminantes.
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La autora fue servidora pública por más de 25 años, ex-Subsecretaria de Relaciones Exteriores, Sedesol, Hacienda y Senadora con Licencia.
Nota del editor: las opiniones de este artículo son responsabilidad única de la autora.
