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El pragmatismo y la furia

El gobierno mexicano optó, en la negociación con Estados Unidos, por cuidar la economía y ganar tiempo. ¿Por qué no estamos contentos?
jue 13 junio 2019 05:30 AM
Negociación.
El acuerdo de la semana pasada generó molestias en México.

CIUDAD DE MÉXICO (Expansión Política).- El canciller Marcelo Ebrard sabe que no trajo bajo el brazo una victoria.

Salió de una encerrona con los halcones migratorios de Trump –en el salón Russell de la Casa Blanca, el 8 de junio–, con un respiro: evitó, por ahora, la guerra comercial México-Estados Unidos. Los aranceles, además, son el “fantasma”, pero ya no son el centro de la conversación.

De eso se trataba: el gobierno hubiera tenido que responder a la imposición del arancel de 5% con medidas de represalia, que hubieran dado al presidente estadounidense Donald Trump gasolina para su campaña electoral. Y el fuego hubiese prendido principalmente de este lado en forma de devaluación del peso, cancelación de inversiones, inestabilidad política. Desgaste presidencial.

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Hay quienes sienten que traicionamos a nuestros aliados. Porque los empresarios del Midwest se preocupan por sus exportaciones a México y los demócratas están de nuestro lado. Olvidan quizá que esto tiene un límite: ante las “guerras”, los estadounidenses apoyan a su presidente. Siempre. Veamos si no el caso de China, a quien le han desaparecido los voceros en Washington.

El equipo negociador mexicano libró por el momento (y no porque no lo intentara el equipo de Mike Pompeo) la exigencia del acuerdo de “país seguro” que hubiera sido difícil de vender internamente: “¿Por qué le haríamos el trabajo sucio a los gringos?”. México ganó además 45 días de tiempo (escasos, pero mejor que el ultimátum de 10 días con el que arrancamos) para exponer los resultados de un refuerzo de los controles migratorios y se abre la posibilidad de una negociación en términos más equitativos. El párrafo del acuerdo por el que EU respalda el plan de desarrollo para Centroamérica, algo muy poco afín a los republicanos, puede ser de importancia vital o quedar en nada, pero abre la puerta a que los gastos no corran sólo de nuestro lado.

No es una victoria, no, pero es aire. Y para eso se paga a los secretarios de Estado.

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Aun así, muchos nos sentimos furiosos por el resultado. Es el triunfo de la asimetría: EU nos obligar a hacer algo bajo amenaza de unos aranceles ilegales. Esto sacude nuestros principios democráticos, autoritarios, nacionalistas, liberales o progresistas, de izquierda a derecha. Es una auténtica mentada de madre, si se me permite la expresión.

Y nos enoja que el gobierno mexicano optó por la mesura, el pragmatismo: ganar tiempo, quitar la amenaza inmediata, dar aire para ganar perspectiva.

Nos revuelve el estómago, además, que los estadounidenses tienen razón: que se dispararon las detenciones de migrantes como consecuencia del abandono en que está la frontera sur, la corrupción que vive en áreas del Instituto Nacional de Migración, la debilidad institucional.

Nos indigna también la situación del emigrante, víctima real, en su país de origen, en su tránsito por el nuestro y en su llegada a su destino, con mucha probabilidad un centro de detención.

Si caemos en las emociones, le seguimos el juego a Trump. Para todos aquellos que reclaman de este gobierno un mayor pragmatismo y menos ideología, aquí tenemos un caso claro de aplicación. Si las exigencias de EU exceden lo razonable, siempre podemos arrancar la guerra comercial, pero no cabe duda en la sensatez de postergar la decisión en la medida de lo posible. El presidente López Obrador está mostrando, desde una estratégica distancia, una serenidad que es bienvenida. No faltan, seguro, voces dentro de su partido que quieren invadir Nuevo México o aplicar para ser parte de la Ruta de la Seda, por muy lejos que nos quede.

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Para los defensores de la aplicación de aranceles de represalia, ¿cuál sería la negociación que le pondría fin a la guerra comercial? Suena plausible que sería un acuerdo migratorio parecido al que se está pensando, pero con un México en situación mucho más débil de negociación.

Si México fortalece su frontera sur, estaremos resolviendo un problema institucional y de soberanía. Si como consecuencia de esto logramos que por fin Estados Unidos plantee medidas para el desarrollo de Centroamérica y el sureste mexicano, es miel sobre hojuelas.

La negociación apenas ha empezado y quedan 39 días para la evaluación. Partimos de una posición débil porque Trump nos puede a las vencidas y porque nos mostraron el penoso estado de nuestras instituciones. Pero el escenario está lleno de oportunidades de ganar-ganar, un mayor control migratorio, un México más seguro y una región con un plan de crecimiento. Dependerá de la sangre fría de la Cancillería y el equipo de trabajo de migración intersecretarial que convertir esto en efectos positivos para el largo plazo. En una victoria, o algo que se le parezca.

Nota del editor: Alberto Bello es director de Hard News de Grupo Expansión. Las opiniones expresadas en esta columna son exclusivas de su autor.

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