NL ‘funde’ al sector empresarial
Más que una ciudad bicentenaria, Monterrey es el principal polo de desarrollo empresarial del país.
Febrero de 1903. Telegrama urgente del gobernador de Nuevo León, el general Bernardo Reyes, al presidente Porfirio Díaz. ¿Qué había sucedido en el lejano y siempre revuelto noreste?
Poca cosa: tras una ceremoniosa colada inaugural, se había puesto en marcha la primera siderurgia integrada que se levantaba entre el río Bravo y Tierra del Fuego. Capital inicial: 5 millones de dólares (mdd).
¿De dónde había salido tamaña inversión urbana en el ultrarrural México prerrevolucionario? ¿Del Estado, como era habitual en los años 40 y 50 del siglo XX en Argentina, Colombia, Venezuela, Chile, Perú o Brasil?
¿De una negociación estratégica con Estados Unidos, como la que plasmó Getulio Vargas con la enorme Volta Redonda en el sur de Brasil entre 1943 y 1946 teniendo como marco la Segunda Guerra Mundial?
¿De inversiones extranjeras directas, como había ocurrido con las grandes plantas de metalurgia pesada instaladas en México por los acaudalados hermanos Guggenheim?
Nada de eso. La flamante Compañía Fundidora de Fierro y Acero empezó a quemar carbón y a fundir minerales de hierro en su alto horno 1 gracias a una arriesgada asociación de capitales regionales, a la que se sumaron algunos empresarios de origen extranjero con extensa trayectoria en México (tan arriesgado era producir entonces 100,000 toneladas anuales de acero que hasta fines de los años 30 la compañía no arrojó dividendos).
El evento se había escenificado en Monterrey, pequeña y tórrida ciudad arrinconada en el desierto cuyos datos más reconocibles eran geográficos. Rodeada de montañas, estaba situada a menos de 200 kilómetros de Texas.
Más de un siglo después, muchos apellidos y familias incluidos en el paquete accionario siguen teniendo prestigio y vigencia en la ciudad (Zambrano, Sada, Muguerza, Madero, Belden, Rivero, Calderón). Otros se diluyeron, reconvirtieron o desaparecieron como la propia Fundidora, declarada en quiebra en 1986.
Desde un punto de vista sociocultural, Fundidora asumió en los albores del siglo XX otro significado: era un notorio ejemplo de articulación entre las más prominentes familias asentadas en Monterrey.
Y constituyó también, en tal sentido, un anticipo: desde entonces, la sociedad anónima y los reiterados lazos matrimoniales figuraron como instrumentos esenciales para que se estructurara un tejido empresarial que habría de manifestarse en decenas de proyectos tanto en momentos de crisis económicas como en tiempos de desafíos políticos y situaciones de prosperidad.
De ese tejido -y tras el ciclo revolucionario- surgieron bancos, compañías de seguros , plantas de electricidad, instalaciones para traer y distribuir gas, instituciones educativas, e inversiones en vidrio, cemento, petroquímica, metalurgia pesada, transportes, equipos, maquinaria o agroindustria, muchos de los cuales figurarían entre los centenares de emprendimientos lanzados entre 1925 y la monumental crisis de 1982.
La impactante muerte de Fundidora, 83 años después de su inauguración (en un cálido día de agosto, faltaba más), no lograría lastimar estructuralmente la ya prolongada e inquieta trayectoria de este empresariado.
Si la siderurgia en evidente agonía en diversas economías del mundo comenzaba a desaparecer de Monterrey, otros sectores habrían de despuntar o se transformarían con la casi brutal apertura de los 80.
Tras el ciclo proteccionista (que no le vino bien a este empresariado), la revolución tecnológica de fines de siglo y la inevitable globalización obligaron y/o invitaron a emprender otros caminos.
La integración a cadenas productivas internacionales (como sucedió en el sector automotriz), el diseño de diferentes formas de gestión en alguno de los llamados rubros tradicionales (como el del cemento), la instrumentación de alianzas estratégicas con compañías de presencia mundial (cerveza o alimentos), o un decidido vuelco hacia el cada vez más vigoroso sector servicios, matizan el presente regiomontano.
Una nueva dinámica que, en pleno siglo XX!, quizá pueda explicar la vigencia actual de no pocos de aquellos apellidos que acompañaron al minucioso Bernardo Reyes, sobre una de las márgenes del río Santa Catarina, en tan ceremoniosa e ilustre colada.
*El autor es investigador de la Universidad Autónoma de Nuevo León (UANL) y especialista en historia empresarial.